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jueves, abril 25, 2024

Estorbos de la oración: «La falta de perdón» (1ra. Parte)

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ESTORBOS DE LA ORACIÓN

No. 2: LA FALTA DE PERDÓN (primera parte)

La falta de perdón constantemente toca a mi puerta y grita a todo pulmón ante mis ventanas. Segura estoy que es una batalla que se libra en mi mente, corazón y alma. Gracias doy a mi Sanador y Libertador, que me hizo ver todo aquello que yo estaba perdiendo, por mi obstinación a no perdonar; ya que vivía frecuentemente envuelta en amargura y distante de Él, debido a que me sentía enferma de rencor y dolor.

¿Cómo podía mi falta de perdón afectarme tanto, hacerme sentir tan desolada y agotada?,¿Cómo es posible que no sepamos lo que perdemos al no obedecer el mandato de perdonar?, ¿Por qué nos negamos a una vida de plenitud en Cristo, a cambio de no romper con las ataduras de la amargura y el rencor?

La falta de perdón atraviesa desde mi experiencia diversos escenarios, en primer lugar, llega la amargura, ese sentimiento de frustración y frivolidad mezclado con enojo, especialmente al haber sufrido una desilusión o una injusticia.

Efesios 4:31: “Quítense de vosotros toda amargura, enojo, ira, gritería y maledicencia, y toda malicia”

Paralelamente, se activa en nosotros el resentimiento, caracterizado por permanente disgusto y enfado hacia alguien, contra quien vamos desarrollando hostilidad, ira e incapacidad para perdonar.

Levítico 19: “No te vengarás, ni guardarás rencor a los hijos de tu pueblo, sino amarás a tu prójimo como a ti mismo. Yo Jehová”

En la falta de perdón se toma la resolución de no olvidar, de no disculpar a alguien que nos ha ofendido, manteniendo vivo el resentimiento y amargura hacia él. Por el contrario, perdonar consiste en “pasar por alto la ofensa”. Saber perdonar nos acoraza, ya que muchas veces perjudica nuestra vida de oración el solo hecho de guardar rencores y resentimientos por ofensas pasadas.

Mateo 6:14-15: “Porque si perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial; más si no perdonáis a los hombres sus ofensas, tampoco vuestro Padre os perdonará vuestras ofensas”.

Casi siempre la falta de perdón está ligada al resentimiento y la amargura; ellas son una espina punzante que hiere y penetra hasta lo más profundo de tu corazón. Son verdadero veneno para tu alma y van destruyendo tu vida y tus relaciones personales. El Señor conoce nuestras debilidades y sabe cómo nos afecta esta barrera. Él quiere que sanemos nuestros corazones y el de nuestro prójimo, a quienes podemos ofender de muchas maneras. También Él quiere que seamos “obedientes”, eso implica amar a nuestros semejantes.

Sobre el perdón hay múltiples versículos en la Biblia, siendo un mandato, no una mera opción o sugerencia.

-«Perdonad y se os perdonará» (Lc. 6,36)

-Todo aquel que aborrece a su hermano es homicida; y sabéis que ningún homicida tiene vida eterna permanente en él. (1 Juan 3:15)

-«Si no perdonáis, tampoco el Padre os perdonará» (Mc. 11,23)

Cuando veía lo alejada que había estado de Dios a causa de la falta de perdón, experimentaba pánico y luego un sentimiento estremecedor al comprender cuán lejana estaba del Señor, como consecuencia de no abandonar rápidamente el rencor, la amargura y la falta de perdón hacia alguien.

Al quedar al descubierto mi pecado, simplemente me aterraba, porque mi vida parecía una alacena, donde guardaba sendas listas de resentimiento y dolor, quedando en evidencia mi esclavitud hacia tales sentimientos pecaminosos; y luego de sentir profunda tristeza ante mi lamentable estado, el Rey de Gloria me permitía clamarle, exponerle mi aflicción y así, en Su Misericordia, sanar viejas heridas en mi vida, entregarle todas las cargas que doblaban mi espalda.

Perdonar es una actitud, una decisión y un signo de obediencia. Él me permitió hacer un listado de acciones sanadoras que me fue guiando a realizar, y que pueden también ayudarte:

-Confiésale tu situación de pecado con toda sinceridad. Le contaba todo al Señor con lujo de detalles y no me justificaba mientras lo hacía, sino que aceptaba la falta que me esclavizaba. En muchas ocasiones, mi amargura provenía de mi misma incapacidad de lograr metas, de provocar con mi comportamiento una permanente escasez económica. Me había vuelto tóxica aún con mis seres más queridos.

Con el amor de Cristo, Helen de López

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