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jueves, abril 25, 2024

Los cristianos y la política (II)

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Por: Mario Vega / Pastor General de Misión Cristiana Elim

La incidencia política de los cristianos, y sobre todo de la iglesia, es esencialmente no partidaria porque se basa en los principios del reinado de Dios, tal como se exponen en las Escrituras. Siendo Dios soberano, su reinado es absoluto y exhaustivo; de manera que sus propuestas no pueden ser contenidas plenamente en ningún programa de ningún partido político. Lo que puede suceder es que un partido político se acerque o se aleje de sus principios, pero nunca podrá incluirlos completamente. La palabra partido, que viene del latín «partïre», expresa una división de la totalidad. Por el contrario, el reino de Dios es abarcador de la totalidad y, por eso, es una propuesta antitética a la naturaleza de los partidos políticos. Esa oposición fundamental es la que el cristiano no debe perder de vista bajo pena de ser infiel a la causa que Jesús encarnó.

Algunos de los elementos básicos del reino de Dios que son aplicables a la acción social son: En primer lugar, el hecho de que el ser humano ha sido creado a imagen y semejanza de Dios, lo que le dota de una dignidad intrínseca e inalienable. En defensa de la persona humana la iglesia asume, por ejemplo, la defensa de los derechos humanos, tal como fueron expresados en su Convención Universal; y la coloca por arriba de cualquier otro interés. En segundo lugar y como resultado de lo anterior, reconocer el carácter sagrado de la vida que se traduce en una identificación con todo tipo de esfuerzo para la mitigación de la violencia y la abolición de las armas. En tercer lugar, la naturaleza como creación de Dios y, en consecuencia, la mayordomía de la creación entregada especialmente a su iglesia. Razón suficiente para asumir el cuidado de los ecosistemas y la lucha en contra del calentamiento global. Una lucha que no debe limitarse a aspectos simples como barrer las calles o reciclar corcholatas sino incidir en las fuerzas económicas que subyacen la depredación ambiental. Eso implica habilidad de cabildeo, construcción de alianzas estratégicas, conocimiento docto y audacia. Es decir, política de la buena. En cuarto lugar, los hijos de Dios son pacificadores y también llamados «embajadores de la reconciliación» y, como tales, deben abogar por la paz, el diálogo, la negociación y la resolución pacífica de los conflictos. La iglesia propone y acompaña la construcción de entendimientos para parar la guerra, la violencia homicida, la violencia estructural y toda amenaza a la vida y la persona humana. En quinto lugar, el cuidado de los pobres como mandato apostólico. Trascendiendo el asistencialismo, debe enfocarse en la elaboración de políticas económicas que den respuesta a los males sistémicos que afectan a las mayorías. Eso supone, conocimiento notorio de las ciencias sociales y la capacidad de concordar esfuerzos para implementar medidas efectivas de desarrollo.

Por ahora, hasta allí los ejemplos; de ellos, se puede comprender que la iglesia posee una enorme responsabilidad misionera de permear todos los ámbitos de la vida. Incluyendo la política y, ella, con especial énfasis, ya que de ella derivan los beneficios más inclusivos que terminarán por dar gloria a Dios. El cristiano estará yendo de más a menos cuando su fidelidad, dedicación y trabajo los ofrenda a un partido político o a una ideología. Su primera responsabilidad debe ser hacia el reino de Dios y su justicia, y desde allí, iluminar todas las esferas de la vida, incluidas las dinámicas sociales.

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