2 Sam. 12:19 “…¿Ha muerto el niño? Y ellos respondieron: Ha muerto…Entonces David se levantó del suelo, se lavó, se ungió y se cambió de ropa; entró en la casa del SEÑOR y adoró. Después vino a su casa…Y David consoló a Betsabé su mujer…”
Dos personas sufriendo la misma pérdida. Su hijito, el primogénito ha caído enfermo y los padres también caen en postración lamentándose, llorando e implorando el favor de Dios para que sane a su pequeño. Pero Dios no lo hace. David comprende su situación pero no deja de clamar misericordia. Durante siete dìas con sus largas noches ha pasado postrado sin comer, bañarse ni probar nada esperando el milagro. No sucede. El niño muere. La historia es desgarradora. ¿En donde está la madre? Destrozada en su habitaciòn, llorando su pérdida, pagando con la muerte de su hijo el desliz que tuvo con el monarca.
Nunca hay dos personas que sufren el mismo nivel. Uno soporta màs que el otro. Los umbrales de dolor son diferentes. Y es allí en donde Dios se glorifica porque uno consolará al otro. Pero tenemos que estar atentos al sufrimiento ajeno. Los dos lloraron por el bebé, pero uno se levantó màs pronto que la otra. No es que David fuera “hombre” porque habemos hombres que no soportamos lo mismo que las mujeres. Lo que sucede es que David es màs fuerte en su interior. Betsabè tardó màs en aceptar el dolor de su pérdida. Y David la comprendió. Es por eso que después de alimentarse, lo primero que hizo fue ir a donde estaba su esposa y la consoló. La acompañó el tiempo necesario hasta que asimilara la Voluntad de Dios. La abrazò, la llenó de besos, ternura y consuelo y con palabras de comprensión la fue llevando a encontrar la paz interior.
No hubo críticas, ni regaños, ni acusaciones. Solo estar ahí. Solo poniendo una mano temblorosa en la espalda de su amada. Solo y en silencio quizá, viendo el rio de sus lágrimas derramadas desde el fondo de su herido corazón. Quizá por eso Dios dijo “David es un hombre conforme mi corazón…” “Anda, y haz tú lo mismo…”
SOLI DEO GLORIA