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jueves, abril 18, 2024

Las iglesias, los ministerios de culto y los laicos en la política

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Por: Mario Vega / Pastor General de Misión Cristiana Elim

Al hablar del cristianismo en su relación con la política en ningún momento hemos hecho alguna referencia a que las iglesias o los ministros de culto tengan que realizar una tarea proselitista partidaria. Su labor es trabajar en la base de la sociedad donde realizan intervenciones en las relaciones familiares, forman valores y rehacen el entramado social. Esa labor, por apolítica que quiera presentarse, incide grandemente en la comunidad y en la elaboración de la conciencia colectiva. Pero los pastores también instruyen y se pronuncian en temas éticos tales como el valor de la vida humana, el medio ambiente, la violencia, la corrupción y, los más esclarecidos, la justicia. Cuando esas posturas son lo suficientemente serias deben trascender el ámbito eclesiástico para alcanzar la vida pública, lo cual, impone el uso de un lenguaje y una argumentación distintos de los de la iglesia. En ese momento, los pastores y las iglesias se encuentran ya ejerciendo una acción política y no porque sea la política su fin ni su principio sino porque si su mensaje es auténtico, no puede dejar de alcanzar esa esfera. Pero lo hacen sin atarse a los límites de una ideología.

Algunos de esos pastores se convierten en la minoría profética que defiende el derecho y la verdad a pesar de la persecución y las amenazas. Que optan por la vida plena de Dios en contra de las fuerzas de la muerte, por la solidaridad en contra del egoísmo y por la soberanía de Dios en contra de su utilización electoral. En ese punto, la fortaleza e influencia del pastor cristiano son de carácter ético y las conservará todo el tiempo que se mantenga separado del partidismo. En el momento en que se pliegue a una bandera particular su capacidad de influencia se verá anulada. Por el contrario, su eficacia política será mayor en la medida que mayor sea su distanciamiento de la militancia partidaria. Es esa eficacia la que le acarrea descalificaciones de quienes se incomodan por la incongruencia de sus ídolos con los valores éticos que les dejan sin respuesta.

Por su parte, los cristianos que no son ministros pero que son consecuentes con la naturaleza y misión de la iglesia buscarán un compromiso creciente con la vida de la polis. Algunos de ellos serán llamados para convertirse en los misioneros que cruzarán la frontera de la política partidaria para servir en ella y encarnar las buenas nuevas del reinado de Dios que han de resultar en la transformación de las maneras tradicionales de detentar el poder. Mientras el creyente no doblegue los valores éticos podrá caminar por los enrevesados caminos de la política partidaria viéndose como uno que tiene una misión que cumplir: la de utilizar los instrumentos del poder para la promoción de la verdad y la justicia. Para ello, se requiere una sólida espiritualidad, carácter probado y el acompañamiento de la comunidad de fe.

La gran meta es la de transformar el poder político en una instancia de servicio para las mayorías. En la medida que eso se produzca el abismo que existe entre la confianza que la ciudadanía deposita en las iglesias y en los políticos se irá nivelando para hacer más entendibles las responsabilidades cristianas en la esfera social. Alcanzado eso, los funcionarios recibirán de la población mayores exigencias, lo cual, es justo y necesario para alcanzar el bien común en un país tan sufrido y burlado como lo es El Salvador.

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