Hace unos años, cuando en mi juventud fui salvavidas allá en el Puerto San José de Guatemala, un día caminando por la playa vi algo que me asustó: Una serpiente marina se retorcía en la arena porque la marea la había sacado del mar y se estaba ahogando. Con un palo la ayudé a volver a su hábitat pero un escalofrío me recorrió todo el cuerpo pensando en que si recibía una mordida de ese venenoso animal no habría tiempo para llevarme a un hospital a que me inyectaran un antídoto. Hoy, muchos años después, recuerdo aún con cierto temor aquella experiencia. No quiero repetirla.
Así es la vida. Nadie piensa vivir una vida mediocre, llena de pobrezas y miserias. Nadie, con cinco dedos de frente se levanta una mañana pensando: Hoy voy a empezar a ser pobre. Sin embargo hay muchos en nuestro entorno que viven de esa manera. Y dejan de luchar para salir de ese agujero negro que los traga paulatinamente y se van acomodando a ese estilo de vida. Como aquella serpiente, no se retuercen en las arenas de su playa a donde la marea los expulsó y se quedan sin el oxígeno de la aventura, de la fe, de la confianza en el Señor que los quiere devolver a su verdadero estado: Una vida de victoria. Una vida de triunfos y de alcanzar sus sueños.
Porque, mis amigos, de eso se trata la vida. De luchar hasta que ya no hayan fuerzas. De luchar contra la adversidad, contra la incredulidad, contra el mismo cansancio y retorcernos de dolor porque la asfixia amenaza nuestro bienestar, esperando que Alguien tome una Vara y nos la tienda para volvernos a nuestro estado natural. Porque ese es el deseo de nuestro Hermoso Señor Jesus: Que vivamos sin los afanes de esta vida. La marea nos amenaza a todos. Pero la victoria es de los troyanos, de los pretorianos que no se quedan tirados, exhaustos, vencidos y derrotados por las olas que tratan de sacarnos de nuestro verdadero hábitat: La Voluntad de Dios.
Borges escribió: “Si volviera a vivir, trataría más de ser feliz, de jugar con niños, de sonreír y de viajar más, pero ya ven, me estoy muriendo…” Triste epitafio de alguien que se abandonó en las arenas de su fatalidad. Ni usted ni yo somos ni Borges ni serpientes marinas. Somos hijos muy queridos de nuestro Dios.
SOLI DEO GLORIA