Por: Mario Vega / Pastor General de Misión Cristiana Elim
Los cristianos que no son ministros de culto y que poseen un llamado para servir en la política partidaria poseen ideales definidos por los valores del reinado de Dios. Algunos de esos valores son la dignidad de la persona humana, el rechazo a la violencia y la guerra, el cuidado de la creación, la atención a los vulnerables. Son principios rectores que normarán el fondo de las decisiones cotidianas y que se expresan con facilidad pero que, llegado el momento, se convierten en grandes batallas donde los intereses económicos, partidarios y electorales ofrecen grandes desafíos que deben ser superados. Casi siempre las decisiones correctas no son populares y se necesita un carácter firme para hacer frente a las descalificaciones y a los oportunistas.
Desde esos valores los cristianos en política partidaria pueden ofrecer grandes dones al momento actual de nuestro país. En primer lugar, la honestidad. Los funcionarios poseen la facultad de administrar cuantiosos recursos públicos que muchas veces son malversados. El cristiano debe llevar el ejercicio del poder a una dimensión de servicio y no de tropelía. Debe romper con la tradición desvergonzada de disponer de los fondos públicos sin rendir cuentas y sin consideración a las personas más necesitadas que terminarán pagando con sus vidas la ambición de los inconscientes. Una nueva etapa debe ser abierta en la que el político termine sus funciones con menos bienes personales de los que poseía antes de su ejercicio. En la actual condición económica la austeridad, la sencillez y el sacrificio por parte del Estado serán las señales de que algo realmente nuevo ocurre.
En segundo lugar, la verdad como lenguaje permanente de la política. Con frecuencia se piensa que nadie puede ganar elecciones diciendo la verdad, por tanto, se miente bajo la premisa de que el fin justifica los medios. Pero la historia demuestra que los medios determinan el fin, de manera que quien comienza mintiendo hará del engaño su propósito. La realidad se impondrá con el tiempo y terminará siempre por mostrar la verdad de las cosas. La verdad en boca de los funcionarios es más importante que la institucionalidad porque la mentira siempre es la raíz de todos los autoritarismos. La verdad es imbatible y puede por sí sola, serán los cristianos que se valen de la integridad y no del pragmatismo los que abrirán el camino hacia una nueva forma de concebir la política como la actividad más noble y honrosa en lugar de la más sucia y vergonzosa.
En tercer lugar, la reconciliación como principio del quehacer político. Un buen gobierno consiste en la capacidad de administrar las diferencias para construir acuerdos para el bien de las mayorías. La política no trata de la eliminación del adversario, el cual, siempre estará allí. Trata de construir entendimientos sin doblegar los principios. En lugar de fomentar la institucionalización del insulto y el odio el cristiano debe fomentar la reconciliación y la tolerancia, que son valores esenciales en toda forma de gobierno. Construir una sociedad en la que se respeta el disenso y la diversidad, superponiendo el bien común, es el objetivo de aquellos cuyo fin es fomentar la gloria de Dios en todos los ámbitos sociales. Como hijos del Dios que hace salir su sol sobre malos y buenos y que hace llover sobre justos e injustos.