Juan 8:47 “El que es de Dios escucha las palabras de Dios; por eso vosotros no escucháis, porque no sois de Dios.”
Juan es un excelente historiador. Supera a Josefo en cuestión de diálogos. Supera a Platón y a Aristóteles en asuntos de lenguaje. Sabe enfocar su pluma en el punto exacto sobre las palabras de Jesus y los judíos.
En una palabra: no tiene pelos en la lengua.
Es el único evangelista que repite las palabras de Jesus con respecto a quienes lo juzgan mal. Les dice lo que Jesus dice: ustedes son hijos de su padre el diablo. Ellos le dijeron: no, sino somos hijos de Abraham. Pero si ustedes -les respondió Jesus- fueran hijos de Abraham, las obras de él harían. Y así por el estilo, va pavimentando la ruta de las pláticas que estos incrédulos tuvieron con el Maestro Perfecto.
Y llegamos a lo que me llamó la atención. ¿Qué palabras le gusta escuchar a usted? ¿Las palabras de un buen predicador, de buena dicción, de lenguaje impecable, que nunca se equivoca, que adorna con expresiones tornasoladas las citas bíblicas para que no se sienta ofendido? ¿O prefiere escuchar la pura verdad, así de simple y sencilla, difíciles de digerir? Porque las Palabras de Dios no siempre son fáciles de escuchar. Es más, después de varios años de leerla una y otra vez, nunca encuentro algo que diga: “Que lindos están, mis hijos…”. Nunca. Dios no adorna con matices suaves su lenguaje cuando se trata de edificarnos. Su martillo y su cincel van directo a la piedra para deshacerla y sacar de allí el diamante que busca en cada uno de nosotros. Y solo los que son de Él, escuchan y aceptan sus palabras. Los otros las ignoran y prefieren continuar con su viejo y carnal estilo de vida.
Por eso, mis amigos, no nos extrañemos que muchos prefieren al que les adorna con guindas el mensaje aunque nunca lleguen a conocer las verdades profundas de los misterios divinos. O sea que, en resumidas cuentas, en las sillas de la iglesia hay quienes son hijos de Dios y otros que son hijos del diablo. Curioso, ¿verdad?
SOLI DEO GLORIA