Por: Mario Vega | Pastor general de Misión Cristiana Elim
Durante miles de años el odio ha sido el factor que ha dominado al hombre y ha provocado que durante todo ese tiempo recoja su amarga cosecha. Ya no tiene sentido esperar que algo bueno pueda venir del odio ya que nada duradero se puede construir sobre él. Desafortunadamente, mientras haya personas débiles siempre habrá odio pues este es el recurso de las personas inseguras. Es fácil de producir pues responde a los instintos más primitivos de la criatura humana en su afán de terminar con aquello que no puede vencer con la racionalidad. Es una reacción básica que pretende amedrentar y cambiar la realidad por la fuerza. No hay dudas de que el odio genera una presión. Pero se trata de una presión ciega y de mala voluntad que no lleva a ningún lugar. Por su parte, la racionalidad ejerce una presión mucho más eficaz pues procede de la buena voluntad y la bondad. Si la luz pudiera surgir de las tinieblas, solo entonces lo constructivo podría surgir del odio.
Si es fácil producir el odio, es mucho más fácil reproducirlo, pues el mundo está lleno de personas que siempre escogen el camino cómodo: los que piensan que es mejor eliminar al adversario que convertirlo para una causa justa. Ganarlo supone el esfuerzo del diálogo, la enseñanza y la tolerancia. Por eso el odio siempre conduce a la dictadura pues niega los espacios de entendimiento y privilegia el rechazo y la fuerza. Lo que se alcanza por la imposición del odio destruye la individualidad. Solo cuando el cambio se realiza mediante la persuasión de la razón se puede preservar el fundamento de la individualidad y asegurar el progreso real. Solo la lógica del razonamiento puede conducir a una auténtica democracia.
El odio es esencialmente destructor. Toda la energía que demanda termina enfocándose en un impulso que fulmina. La gran paradoja es que el odio es incapaz de destruir la raíz y las ramificaciones del mal que pretende remediar, por el contrario, lo perpetúa. No lo logra porque las personas pueden ser solo el signo visible de un sistema corrupto. En el supuesto de que eliminara a quienes lo dirigen no implica que el modelo haya sido desmontado. Quienes tratan de eliminar a los seres humanos y no a sus métodos, acaban adoptando éstos y haciéndose peores que aquellos a quienes combaten, pensando erróneamente que los métodos desaparecen con sus defensores. En realidad, no saben cuál es la raíz del mal. Por ello, el éxito del odio es efímero, porque siempre desencadena un odio mayor. Es incapaz de destruir la raíz y las ramificaciones del mal.
Lo que se construye sobre el odio no puede tener éxito nunca. Aunque el odio sea dirigido contra quien parece merecerlo solo tendrá un resultado temporal, pero el mal que ocasiona en quien lo ejerce es permanente. Si el odio lograra eliminar a los odiados, ese sería el menor bien para el país y quienes odiaron se encontrarán en condiciones aún más penosas que las de hoy. Con el odio todos perdemos, incluso el que odia. No hay ninguna grandeza donde falta la bondad y la verdad. Jesús, en cambio, indica el mejor camino: «Oyeron que fue dicho: Amarás a tu prójimo, y aborrecerás a tu enemigo. Pero yo les digo: Amen a sus enemigos, bendigan a los que los maldicen, hagan bien a los que los aborrecen, y oren por los que los ultrajan y los persiguen» (Mateo 5:43-44).