Apocalipsis 3:7 “Y escribe al ángel de la iglesia en Filadelfia: «El Santo, el Verdadero, el que tiene la llave de David, el que abre y nadie cierra, y cierra y nadie abre, dice esto:”
¿Quién le ha cerrado la puerta?
La mayoría de nosotros los creyentes en Cristo queremos que todas las puertas se nos abran a nuestra voluntad. No nos gusta encontrar puertas cerradas. Vamos al banco a pedir un préstamo y oramos que el Señor nos abra esa puerta. Vamos al hospital y queremos que nos atiendan primero, que Dios abra puertas. Vamos a un restaurante y oramos pidiendo la mejor mesa, que el Señor haga que nos abran las puertas del mejor servicio.
Hay dos aspectos en esto de las puertas. A veces es el Diablo quien nos las cierra. Lo hace para hacernos perder la fe y la confianza en nuestro Dios. Nos estorba los planes que tenemos para el día, la comunicación con nuestra pareja, una acción mal hecha y provoca rechazo y corrección, un hijo mal portado y sentimos que las puertas de la felicidad se nos cerraron. Esto se arregla con oración. Se arregla ordenándole a Satanas que no nos cierre la puerta del gozo del Señor en nuestro día.
La otra puerta cerrada es la que Dios dice que cierra. Eso no lo podemos arreglar ni con oración. Pregúntele a Pablo cuando le cerraron las puertas para que no fuera a predicar a cierto lugar. A Pedro cuando quedó encerrado la noche que negó al Señor. A Juan el Bautista cuando lo encerraron y le cortaron la cabeza. A Jesus cuando le cerraron la tumba por tres días.
El asunto es saber quién ha cerrado la puerta para que no hagamos o digamos algo que nos pueda dañar. Si es para nuestro bien, ¡gracias al Señor! Si es para estorbarnos, ordenemos a las huestes de maldad que se hagan a un lado. El secreto es saber quién ha cerrado la puerta. Se los dejo para que lo piensen. ¡Buen provecho!
SOLI DEO GLORIA