Salmos 137:1-3 “Junto a los ríos de Babilonia, nos sentábamos y llorábamos, al acordarnos de Sion. 2 Sobre los sauces en medio de ella colgamos nuestras arpas. 3 Pues allí los que nos habían llevado cautivos nos pedían canciones, y los que nos atormentaban nos pedían alegría, diciendo: Cantadnos alguno de los cánticos de Sion”
En 1978 estuvo de moda una canción basada en estos versos y fue un éxito a nivel mundial. Estuvo varias semanas en los primeros lugares del Top 40. ¿Por qué fue tan impactante? En aquellos tiempos la música tenía otros matices. Era más inspiradora y llegaba a un público de la generación Baby Boom que todavía conocía la Biblia. Hoy, cuando escucho a mi esposa que desde que se levanta lo primero que hace es cantar cánticos al Señor y su voz suena cálida y vivificante, no puedo dejar de recordar esos versos de David.
El pueblo de Israel es un pueblo musical. Desde que cruzaron el Mar Rojo y María y las mujeres entonaron el cántico de liberación, fueron conocidos por ser un pueblo que ama la música. Ese es su sello distintivo. Son capaces de hacer de un verso un poema y de un poema una canción y de una canción un salmo.
En Babilonia fueron cautivos y esclavizados. Y en ese momento, colgaron sus arpas y liras. Callaron sus voces. Ya no pudieron cantar ni entonar sus alabanzas porque el cautiverio les quitó el deseo de elevar sus elegías al Señor. Su lamento era en silencio. Sus lágrimas eran mudos testigos de su dolor. Y es que cuando uno está cautivo por una enfermedad, un dolor que traspasa su alma, un problema agobiante, una situación que altera su día, su corazón se empaña de tristeza y su canción enmudece.
Eso me enseña que mientras hay libertad, vida, sanidad y gozo, nuestro deber es cantar. Porque quizá vengan días en que nuestras arpas tendrán que colgarse y callaremos para dejar que nuestro Dios nos escuche cantar en el silencio la canción de nuestro dolor.
Un detalle muy hermoso: ¿Será que los israelitas colgaron sus arpas sobre los sauces que también se llaman “sauces llorones? ¿Será que los árboles también aquietaron sus ramas al ver a los hijos de Dios silenciados por la esclavitud? ¿Será que aún los árboles sienten el dolor y la tristeza de los hijos de Dios que ya no cantan cuando sufren? Porque fuimos hechos para alabar, cantar y entonar los cánticos de Gloria al Señor.
SOLI DEO GLORIA