Por: Mario Vega | Pastor General Misión Cristiana Elim
Mientras más conoce una persona de un asunto más humilde se vuelve en ese campo. La vida se encarga de enseñarle que el universo es mucho más complejo e inesperado de lo que superficialmente se supone. Lo que el ser humano puede llegar a conocer y dominar es demasiado poco, el orgullo queda de lado pues se llega a comprender que realmente no se sabe nada como debería saberse. Por el contrario, quien conoce superficialmente o ignora del todo es quien eleva la voz y se vuelve altivo. En realidad, no sabe nada. Esto sucede en todos los campos del conocimiento humano y en todas las actividades. La humildad es expresión de seguridad y conocimiento. La soberbia, en cambio, es la manifestación de la inseguridad y la ignorancia. Si se busca personas verdaderamente competentes se debe observar su conducta. La verdadera sapiencia siempre va de la mano con la humildad.
En la medida que la posición de responsabilidad se eleva en la sociedad, mayores deben ser las manifestaciones de modestia y respeto. Los líderes deben ser capaces de unir a grupos divergentes en la forja de un consenso para el camino por delante. Pero eso solo lo hace posible la humildad, un profundo respeto por la dignidad de los demás. El liderazgo es la capacidad de construir relaciones y humildad es el fundamento de las relaciones saludables. El liderazgo humilde puede incrementar el compromiso y la dedicación, inspira y motiva. Quien afirma que sirve a las personas tiene la obligación de no airarse con aquellos a quienes dice servir. Un funcionario no es de utilidad si no es humilde. Cuando la autosatisfacción se apodera de él, le impide crecer y le hace cada vez menos útil ante las renovadas coyunturas de la historia. Pero quien se dedica al servicio con espíritu humilde descubre la medida de su egoísmo y renueva su propósito de rendirse más y no sentirse satisfecho hasta lograr que su entrega a la causa de las mayorías sea completa. Su crecimiento nunca se detiene, cada vez es más sabio. El poder no tiene nada que ver con el orgullo. Son los espíritus pobres los que necesitan renovadas autoafirmaciones de autoridad. Pero quien sabe y puede, no las necesita. Sabe que sabe y sabe que puede. En su momento hará lo que la historia le demanda y serán los años que sigan los que mostrarán la grandeza de su sabiduría.
Muchos de nuestros problemas más graves tienen como raíz el declive de la humildad y la sabiduría. La sociedad glorifica el egoísmo, la arrogancia y hasta el narcisismo. Eso sucedió porque, sin advertirlo, las personas se alejaron gradualmente de tratar a aquéllas como virtudes y comenzaron a relegarlas porque supuestamente reflejan debilidades o reliquias de la religión. La percepción virtual desplaza a la realidad y las perspectivas equilibradas.
Un retorno a la humildad asegura la mejor esperanza de supervivencia de lo civilizado y amable. En la vida siempre se enfrentará oposición y muchas veces se debe continuar contra corriente. La persona humilde no se irrita por las contrariedades pues sabe que su tolerancia e inclusión generosa ablandará el corazón más duro. El alivio llegará cuando apenas haya esperanzas de que tal cosa ocurra. En lugar de complacernos en exceso, podemos volver a dedicarnos al servicio de los demás. Para que la paciencia sea digna de tal nombre debe durar todo el tiempo. Poco importa cuándo se alcance la meta, con tal de que el esfuerzo no decaiga.