“¡Jesus, ten compasión de mí…!
Desmond Tutu dijo: “Nos sorprenderemos de la clase de personas que encontraremos en el cielo. Dios tiene un corazón tierno por los pecadores…”
El amigo del que les hablaré hoy es uno de los más atrevidos que conozco. Es algo enano y en su mirada se nota una sagacidad para los trucos que me admira. Tiene un valor a toda prueba. Pero también es un caradura. Es un recolector de impuestos y por lo tanto le cae mal tanto a quienes les cobra, como a sus compañeros del gobierno porque le tienen envidia. Ellos desean tener su empleo pero resulta que él solo le rinde cuentas al Presidente. Es tan ingrato este mi amigo, que cuando alguien habla mal de él, le sube los impuestos como venganza.
Su nombre significa “puro o recto”. ¿Se imaginan? Este mi amigo que es conocido como Zaqueo, sinceramente, de puro y recto no tenía nada. Es más, era malvado pues le gustaba el dinero y lo obtenía a como diera lugar. Era astuto y resbaladizo como una sanguijuela. Así que de puro y recto mejor ni hablemos. Pero, ¿por qué lo tengo como uno de mis queridos amigos? Porque a pesar de todas sus cosas, es un hombre valeroso. Tuvo el valor de insistir en conocer a Jesus. Había conocido su fama y como buen político, pensó que tener en su lista de conocidos al Rabino más famoso de su tiempo, valía la pena verlo de cerca. Así que venciendo todo pronóstico y obstáculo, se subió a la rama de aquel árbol en donde fue él quien recibió una gran sorpresa: Y aquí entra lo que me enseñó.
Porque cuando veo la historia de mi amigo Zaqueo, cómo a pesar de sus trucos, su conducta malévola, su ambición por el dinero, su falta de escrúpulos para engrosar su cuenta bancaria, como exprimir a los pobres y quitarles sus pertenencias, porque también era un prestamista aprovechado, tuvo el privilegio de que Jesus quisiera ir a su casa a cenar con él.
Y entonces, en mi corazón se enciende una llama de esperanza: Si Jesus fue a la casa de Zaqueo y no le dio vergüenza de que lo vieran con él que no tenía buena fama, que podía ser juzgado como el tramposo de su anfitrión, hay esperanza para mi también. Zaqueo me enseña que también yo puedo subirme a las ramas de la Gracia para que Jesus quiera venir a cenar conmigo en mi corazón. Una cena con Zaqueo fue suficiente para que Jesus lo transformara y sacara dentro de él lo que realmente era: Un hombre “puro y recto”. Y mi amigo me inspira a buscar a Jesus cada día para que vaya sacando de mi interior -por si acaso-, haya algo bueno en mi. ¡Gracias Zaqueo por haberte subido a aquel árbol de higos pues por eso yo encontré el Árbol de la vida. Gracias amigo!
SOLI DEO GLORIA