“Números 11:5 “Nos acordamos de las cebollas y los ajos”
Cuando mi esposa y yo salíamos a caminar por las calles por donde vivíamos cerca de las orillas del Volcán de San Salvador, pasábamos frente a unos condominios a eso de las seis de la mañana y de pronto, de alguna casa cercana nos llegaba el aroma de ajos y cebollas que estaban siendo fritas en alguna sartén.
En ese instante, le comentaba a mi esposa: “alguien está friendo cebolla” y era porque en el instante en que ese olor impregnaba el ambiente de la calle, en mi cerebro se disparaba una sustancia que identificaba ese olor con mi niñez cuando mi mamá nos preparaba la famosa olla de frijoles y los freía con bastante ajo y cebolla frita. Ese olor quedó grabado en mi memoria y es imposible olvidarlos.
Eso sucedió con los israelitas en el desierto. El Señor les regaló el maná para que comieran todos los días. Era algo sobrenatural que les llegaba del cielo. Por un buen tiempo ellos lo cocían de diferentes maneras y formas. Pero llegó un momento en que su alma empezó a extrañar los aromas y olores del mundo del que venían huyendo: Egipto.
Los pepinos no tienen olor a la distancia. Los puerros tampoco. El melón, para olerlo hay que tenerlo cerca. Pero los ajos y las cebollas no importa la distancia, el aroma cuando se está friendo se esparce por todo el ambiente y eso despierta deseos, anhelos, recuerdos y remembranzas del pasado.
Eso es lo que afecta a muchos cristianos de hoy: Viven con esos aromas del pasado. Una canción romántica que nos recuerda aquella época juvenil. Un álbum de fotos que nos regresa a aquellos momentos agradables en familia. O una carta arrugada y borrosa guardada en el cajón de los recuerdos del alma. Aromas del pasado. Algunos fueron dolorosos y nos amargan. Otros son aromas a pecado que han quedado impregnados en nuestros sistemas olfativos del alma y en algún momento determinado el alma anhela volver a tener eso que les hace recordar su pasado.
Tengamos cuidado con esos aromas que de pronto nos llegarán en nuestro caminar con Dios. Son esos ajos y cebollas que han quedado como mudos recordatorios de nuestro pasado y eso nos haga renegar de las bendiciones de nuestro Padre.