Otro de mis amigos predilectos se llama Sergio. Es un tipo chaparro, algo gordito y de nariz afilada. Es algo feíto porque desde que lo conozco ha tenido problemas con los ojos. A mucha gente no le cae bien por que es demasiado sincero. A veces dice cosas que de verdad caen mal pero a él no le tiembla el pulso cuando de decir la verdad se trata. He aprendido mucho de él. Su pluma parece de acero. Les cuento que le gusta escribir y dar discursos. Su léxico es admirable. Bueno, con decirles que con él he aprendido a hablar pero a veces se me va la mano y también caigo mal. Cuando este amigo habla, siempre dice algo, no como yo que muchas veces hablo y no digo nada.
Aprendí a quererlo con el paso de los años, porque mi chero es de esas personas que se parecen al vino: toma tiempo apreciar su riqueza, su nobleza y su bondad. Como con el vino, hay que dejarlo reposar para que vaya añejando y me deje ver su interior y poder saborear su preciosa amistad.
Tiene el valor de hablar ante reyes, sacerdotes y gente de alcurnia. Pero también sabe como hablar con gente humilde, sin letras y del campo. Es un excelente maestro y ha formado varios discípulos que como él se han atrevido a romper moldes. Quiero mucho a este amigo. Es tan valiente que tuvo el valor de pedirle a Dios que le diera una muestra de su ministerio y Dios no le negó lo pedido. Es más, no solo le reveló su Reino sino también se lo llevó a dar una vuelta con él al tercer cielo. Sin embargo este famoso escritor no ha sido presumido ni nada de eso. Ustedes lo conocen como Pablo, el apóstol.
Como apóstol, Pablo me ha enseñado a tratar a mi esposa y a ella le ha enseñado a dejarme tratarla como un vaso frágil. Aunque es tan directo que a nosotros los hombres nos dice: ¡cuidado con levantarle una mano a su esposa! y a ellas les dice: ¡honren a sus esposos! Este mi amigo Pablo a veces ha tomado una vara y me ha dado -como decimos en Guatemala-, hasta por debajo de la lengua. Me enseñó como hablar con el Espíritu Santo y a rendirle mi vida. Pablo aparece en mi lista de contactos con una señal que lo distingue porque cuando quiero saber algo sobre el Señor y su doctrina, busco su opinión. Y ¿saben que? nunca me deja sin respuesta.
Jesus se anotó un buen tanto cuando se le atravesó en su camino a Damasco. Él sabía lo que había dentro de aquel león judío que con sus garras destruía a los hermanos, y lo convirtió en un León con garras de amor, ternura y compasión. ¡Gracias Jesus, por mi amigo Pablo!