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viernes, abril 26, 2024

Las dos caras de la moneda

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LAS DOS CARAS DE LA MONEDA

Bueno, vamos a despejar algunas dudas con respecto a una de las cuatro mujeres más bellas del mundo en los tiempos bíblicos del Antiguo Testamento. Y vamos a ver por qué un príncipe de la tribu de Judá -Salmón-, decide casarse con una dama de mala fama en aquellos tiempos.

Yo admiro a Salmón. Lo admiro porque siendo un heredero de la tribu monárquica, no duda en enamorarse de una mujer que ante los demás dejaba mucho que desear. La fama que tenía no era precisamente agradable. Sin embargo, este príncipe no duda en hacerla su esposa y vivir a su lado una de las experiencias más hermosas registradas en la genealogía del rey David y luego del Rey Jesus.

Investigando un poco más sobre el apelativo con que llamamos a Rahab de “ramera” que para nosotros tiene una connotación no muy buena, he encontrado la siguiente definición:

“(Nuevo Diccionario de la Biblia) El término hebreo que se traduce como «ramera» podría indicar también a una persona que tenía una casa de huéspedes o mesón. Como era frecuente que esos lugares tuvieran cierta mala reputación, la palabra puede interpretarse en una u otra forma…” Esto me lleva a pensar diferente de Rahab. No era prostituta de profesión, le llamaban “ramera” porque en su casa recibía muchos huéspedes ambulantes y que por lo general eran hombres de negocios, hombres nómadas que pasaban por Jericó a hacer sus negocios y luego seguían su camino a otras ciudades. Para nuestro entendimiento, Rahab tenía un hotel.

Luego tenemos el listón rojo. En nuestra cultura, ese tipo de farol de color rojo o letrero del mismo color, indica que ese lugar es un antro de vicios y depravaciones. Pero para los tiempos en que vivió Rahab, ese listón en la ventana indicaba que había cuartos libres y que algún huésped que buscaba alojamiento podía ser recibido en su hospedaje. Era en aquel tiempo, el equivalente del letrero luminoso de “vacantes”.

Toda moneda tiene dos caras. Lo que ven los demás y lo que vio nuestro Salmón, nuestro Jesus. Jesus no vio lo que veían los demás. Él vio que dentro de nuestro interior había un hambre de Dios que no dudó en tomarnos bajo su cuidado y hacernos su Esposa. ¿No es maravilloso que el nombre de este príncipe -Salmón-, sea el mismo de un pescado que nada contra la corriente? “Las cosas que yo hago ahora, no las entiendes, pero…”

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