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lunes, diciembre 23, 2024

Yo primero

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Por: Mario Vega | Pastor General Misión Cristiana Elim

Las vacunas contra el COVID 19 ya están disponibles y un aproximado de 39 millones de personas las han recibido. El problema es que todas esas personas viven en los 49 países más ricos del mundo o de renta media. En los países de ingresos bajos solo 25 personas han sido inmunizadas. No se trata de un error de imprenta, es tal como lo vio. No son 2,500 ni 250 personas vacunadas en países pobres, son solo 25. Está ocurriendo exactamente lo que la Organización Mundial de la Salud quería evitar: una distribución desigual de las vacunas. Para prevenirlo, creó en abril de 2020 el Acelerador del Acceso a las Herramientas contra la COVID 19 (Acelerador ACT), uno de cuyos cuatro pilares es la iniciativa COVAX, que es la manera práctica de llamar al Centro de Acceso Global a Vacunas COVID 19. La idea consiste en que la OMS apoya a las farmacéuticas en la investigación y desarrollo de las vacunas. Además, centraliza el poder de compra de los 172 países de la iniciativa para negociar en bloque los precios de las vacunas y recibe donativos para garantizar que los países pobres puedan inmunizar al 20% de su población de manera gratuita.

Lastimosamente, la falta de solidaridad mundial inició pronto. Comenzando con los Estados Unidos, al menos el de Trump, que se negó a colaborar con la iniciativa y se apresuró a acaparar las primeras 700 millones de dosis. Los países europeos se enfocaron en acuerdos bilaterales con las farmacéuticas a fin de asegurar para ellos las primeras dosis. Eso está haciendo que los precios de las vacunas aumenten y que se altere el orden en las listas de distribución. Canadá, con 38 millones de habitantes, ha comprado más de 400 millones de dosis, cinco veces más de las que necesitan. Como bien lo ha dicho el director general de la OMS, Dr. Tedros Adhanom: “El mundo está al borde de un fracaso moral catastrófico, y el precio de ese fracaso se pagará con vidas y medios de subsistencia en los países más pobres del mundo”. La traba con las actitudes egoístas es que la pandemia solo puede ser vencida cuando haya equidad y universalidad en la inmunización. En términos epidemiológicos si no nos salvamos todos no se salvará nadie y cuanto mayor sea la solidaridad, más vidas se salvarán y más rápido terminará la pandemia.

El mal del ser humano es su persistente egoísmo que termina por producirle mayores sufrimientos y pérdidas. Es fácil verlo en las personas que toman decisiones que afectan a millones, pero también está muy cerca de cada uno y debe identificarse para corregirlo. Se encuentra en la renuencia a ceder un asiento o el lugar en una fila de espera. Está en la impaciencia de no otorgar el paso a un vehículo que ingresa al carril o en el amago agresivo por ser los primeros en abordar el autobús. El mensaje central del cristianismo es precisamente el de la muerte al yo. La consagración de la persona al servicio de los demás y la bienaventuranza de partir el pan con los hambrientos. Lo que nos hace creyentes es la capacidad de vernos en el otro y descubrirnos como hermanos. Si se permite que el egoísmo prevalezca, el bienestar y la sobrevivencia se verán amenazadas. Vacunas hay suficientes para todos, se trata solo de distribuirlas de la manera más eficaz posible. ¿Qué sucederá cuando lleguen a nuestro país? ¿Se priorizará la inmunización del personal médico y de las personas con perfil de riesgo? ¿Será posible por una vez en la vida renunciar a la cultura del vivo y ceder el lugar para quienes afrontan mayor riesgo? Que Dios nos ayude a que así sea.

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