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sábado, abril 27, 2024

La piedad

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Muchas personas van a Nueva York a buscar el “sueño americano” y nunca lo encuentran. Se dedican a trabajar, comer y trabajar. Es un círculo vicioso del que no salen nunca. Cuando ya están ancianos, desean regresar a sus países y es cierto, regresan con dinero, pero vacíos de la belleza, lo impresionante y la riqueza que esa ciudad -como todas-, tiene para ofrecer. La vida no es solo dinero ni comida. Es mucho más que eso. La vida es una constante búsqueda del ser interior, de lo que realmente necesitamos para sentirnos vivos. Es una búsqueda insistente de quienes somos, por qué estamos aquí, qué vinimos a hacer y que podemos aportar para los demás.

En el baúl de mis recuerdos, hay uno que me ha venido hoy a la mente para escribir lo que está leyendo. Algunos me criticarán porque quizá me salgo del ámbito evangélico, pero otros tal vez puedan comprender mi pasión por Jesus, es tanta mi pasión por Él, que lo veo en todas partes y en todos los lugares.

¿Qué andaba buscando un día en que entré a la Catedral San Patricio en plena quinta avenida de Nueva York? No andaba buscando donde escuchar misa. No quería adorar imágenes. Tampoco quería confesarme. Lo que buscaba en ese entones, era el Arte. Quería ver con mis propios ojos esa obra majestuosa del arte gótico, de sus vitrales que descomponen la luz, de sus columnas de mármol y sus pisos brillantes. Fue eso lo que me llevó a entrar a esa iglesia tan famosa.

Pero, ¡oh sorpresa! Me encontré con algo más hermoso todavía: frente a mí estaba una de las obras más famosas de Miguel Angel: “La Piedad”. Es un monumento al amor más sublime que ser humano puede experimentar: el amor de una madre. Allí pude ver los ojos de la madre de Jesus sosteniendo en su regazo a su bebé, ya hombre, que ha sido martirizado, clavado en una cruz y destrozado por el látigo romano. En su rostro el escultor pudo imprimir el dolor más terrible que una madre puede sentir al ver los despojos de su amado hijo.

Allí me encontré con la Verdad. No fue solo el arte, fue la Presencia Viva y refrescante de Jesus lo que me envolvió en aquel instante. Creo que desde ese momento mi vida ya no fue la misma. En una capilla de una iglesia de estilo medieval, entre el bullicio de una ciudad cosmopolita, Jesus me hizo verlo en su estado más doloroso. Y creo que allí pude escuchar la Voz de él que me dijo: “Esto lo hice por ti, Carlos”. Desde entonces no puedo borrar aquel encuentro que tuve una mañana cualquiera con el Dador de la Vida y que sigue vivo en mi corazón.

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