Por: Mario Vega | Pastor General Misión Cristiana Elim
La campaña electoral se encuentra en pleno desarrollo y las calles se han llenado de vallas, mupis, gigantografías y pantallas electrónicas que muestran invasivamente los rostros polveados de candidatos que hacen su mejor esfuerzo por parecer agradables y, sobre todo, honrados. En la publicidad se nos asegura que Edmundo y Raimunda son la salvación del país a nosotros, que no sabíamos que Edmundo y Raimunda existían. La saturación publicitaria de un mismo partido político hace inevitable preguntarse ¿de dónde sale tanto dinero? Mientras la pregunta queda sin respuesta se puede ver cómo, a un mes de las elecciones, las grandes fotografías y emblemas de partidos políticos han sido manchados o destruidos de diversas maneras. Esto no es nuevo, pero no deja de impresionar por la expresión simbólica de intolerancia que representa. Por supuesto que existen otras maneras de manifestar el disenso, pero no puede cosecharse algo diferente a lo que se siembra.
Después de largos meses de alentar el odio y la agresividad las personas terminan aprendiendo la lección. Es fácil utilizar adjetivos despectivos como recurso electoral, el problema es no medir las repercusiones que trae. No todas las personas entienden que se trata de un recurso utilitario, aunque impropio. Algunos, con limitado razonamiento y baja escolaridad, toman a pecho lo que se dice y pasan a la acción en el mundo real amenazando, destruyendo, perdiendo el juicio y hasta empuñando armas. El odio es fácil de multiplicar y transmitir, sobre todo en una sociedad en la que la tolerancia no es la fortaleza. La violencia también es reactiva y quienes se sienten insultados o amenazados tienden a devolver el mismo golpe. Así es como el odio siempre termina por eclosionar donde menos se desea y, con frecuencia, vuelve sin medida a quien lo incitó. Una vez las pasiones cobran fuego ya es difícil controlarlas y dirigirlas, demanda mucho esfuerzo y altos costos el volver a la sensatez y a la razón.
Por ello, no se debe perder el camino. La historia salvadoreña reciente ha enseñado la importancia de apreciar la civilidad para conservar la cordura. Esto supone la capacidad de escuchar y analizar razonamientos. Aún los de aquellos que no nos simpatizan. Solo escuchando es como se puede disponer de la información suficiente para llegar a conclusiones basadas en la razón. Lastimosamente, cordura y razón son virtudes poco valoradas y poco presentes en el ámbito electoral de hoy. Como cristianos, somos llamados a ser agentes de reconciliación y, eso, supone un esfuerzo intencional por tomar caminos que no son populares. Por arriba de la saturación publicitaria se debe llamar la atención de quienes nos rodeen hacia sus verdaderos problemas, que casi siempre son muy diferentes a los de los políticos. El enfocarse en los problemas auténticos conduce a las respuestas auténticas. Donde otros siembran intolerancia y generalizaciones, se debe sembrar indulgencia y justicia. Esa es la manera de revertir la tendencia maliciosa hacia el pesimismo y el desaliento que produce la pérdida de la confianza en todo, incluso en el sistema democrático. Por la experiencia de otros países, se sabe que llegar a ese nivel supone para los pueblos retrocesos enormes y altos costos que deben ser pagados para volver al camino que nunca se debió abandonar. Estamos en buen tiempo de evitar ese abismo.