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miércoles, mayo 1, 2024

Buscando esposa

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Génesis 24:43-44 “…he aquí yo estoy junto a la fuente de agua; sea, pues, que la doncella que saliere por agua, a la cual dijere: Dame de beber, te ruego, un poco de agua de tu cántaro,
y ella me respondiere: Bebe tú, y también para tus camellos sacaré agua; sea ésta la mujer que destinó Jehová para el hijo de mi señor”

Si los padres de hoy hicieran lo que hizo este siervo de Abraham para buscar esposa para su hijo, “otro gallo nos cantaría” en lo referente a la moral, ética cristiana, educación, principios y espiritualidad.

Porque, aunque les duela, mis queridos lectores, los padres hemos descuidado el papel tan importante que debemos jugar en la escogencia de esposas o esposos para nuestros hijos. No prevemos que el matrimonio de nuestros hijos debe perdurar para toda la vida, no solo para algunos meses o si mucho, algunos años y luego el rompimiento. Se nos olvida que Dios aborrece el divorcio, y, aunque hoy está de moda incluso entre los mismos pastores, no debemos caer en esa trampa diabólica que destruye tantas familias. ¿Por qué? Porque deja detrás de cada divorcio hijos traumados por la falta del padre o madre. Hijos sin norte, solitarios, muchas veces inadaptados socialmente por la falta en su niñez de un modelo de hombre o madre que les haya ayudado a cimentar su personalidad.

Hoy estamos sufriendo las consecuencias de los actos del descuido de los padres porque no supieron enseñar a sus hijos a saber escoger su cónyuge para que durara toda la vida y formar familias sólidas, familias que glorifiquen al Señor y sean ejemplo de virtud y buenas costumbres según la Palabra de Dios.

¿Qué pidió el sirviente de Abraham a Dios para saber quién era la esposa escogida por Él para el hijo de su amo? No pidió que tuviera una cara bonita y dientes perfectos. No pidió una muchacha que hablara varios idiomas. No pidió que tuviera un título universitario ni bonitos tatuajes en la espalda ni un bonito ombligo. No. Pidió que fuera amable, servicial, trabajadora y sobre todo, que tuviera don de gentes. Es decir: culta, educada y que supiera hablar.

La otra cara de la moneda es igual: que su hija encuentre al hombre que llene estas mismas expectativas. Que no sea un patán, haragan, malhablado, borracho y vicioso. Por sobre todo, que sean temerosos de Dios. Pero lea bien: temerosos, no admiradores.

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