Mateo 6:12
Y perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores.
La vez pasada les compartí que orar con el Padre Nuestro implica pedir perdón al Señor por nuestras culpas y todo lo malo que hayamos hecho a otros, de lo importante que es pedirle a Dios que escudriñe nuestros corazones para que El nos revele de esas cosas que aún no le hemos dicho.
Mis hermanos, no debemos minimizar nuestro pecado, podemos caer en el error de decir: “yo no soy tan malo como aquel que asesinó a su hijo o a su madre.” En tal caso seríamos como aquel fariseo que se consideraba perfecto y que no era tan pecador como el publicano.
Observa esta porción Bíblica: Lucas 18: 11-14
“Dos hombres subieron al templo a orar: uno era fariseo, y el otro publicano. El fariseo, puesto en pie, oraba consigo mismo de esta manera: Dios, te doy gracias porque no soy como los otros hombres, ladrones, injustos, adúlteros, ni aun como este publicano; ayuno dos veces a la semana, doy diezmos de todo lo que gano. Mas el publicano, estando lejos, no quería ni aun alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: Dios, sé propicio a mí, pecador. Os digo que éste descendió a su casa justificado antes que el otro; porque cualquiera que se enaltece, será humillado; y el que se humilla será enaltecido.”
Por la gracia del Señor podemos ser absueltos de esa deuda, que es el pecado, pues Él envió a su Hijo Jesús, como cordero para ser ofrendado por el pecado. Por esto Cristo murió por nosotros, crucificado en una cruz, donde fue herido y torturado. El llevó nuestras rebeliones y esa sangre que Él derramó, es la que ahora permite que nuestros pecados sean perdonados. Por eso, la Palabra nos dice que Jesús es nuestro abogado, nuestro intercesor.
Mira 1 Juan 2:1
“Hijitos míos, estas cosas os escribo para que no pequéis; y si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo.”
Muchas veces nuestro corazón se siente paralizado, doliente, atravesado por espinas debido a que nos han dañado u ofendido, crece en nuestro corazón la amargura, cual semilla sombría que se ancla fuertemente en nuestro corazón y mente, a tal punto que, cuando pensamos en la persona que nos ofendió, sentimos nuevamente ese aguijonazo que nos mantiene permanentemente esclavizados.
¿Has experimentado esto? Yo sí… pero ¿qué podemos hacer? Quiero comentarte que una y otra vez he tenido que llegar con un clamor suplicante y constante al Todopoderoso, con mucha vergüenza, confesando mi falta, contándole a Dios de esto, sabiendo que Él ama la verdad en lo íntimo. Y ¿que he encontrado? Pues he experimentado su gracia, su amor y su gran misericordia pues solo El, me ha libertado de tales aguijonazos.
¡Te invito a que lo experimentes tu también, acércate al Padre en oración!
Con el amor de Cristo,
Helen de López