Exodo 32:2 “Y les dijo Aharón: Quiten los aretes de oro que están en las orejas de sus mujeres, de sus hijos y de sus hijas, y tráiganmelos”
Es inconcebible como nosotros los padres podemos poner en peligro el sustento de nuestras esposas y de nuestros hijos cuando nos vamos tras el pecado. El hombre, dice la Biblia, es “como buey que va al matadero” sin darse cuenta que va a ser degollado por sus bajas pasiones y no piensa en las consecuencias de sus actos hasta que ya es muy tarde.
En todas partes y en muchos lugares, cada fin de semana se ve a hombres y mujeres disfrutando en los antros de vicios hasta altas horas de la noche sin ponerse a pensar en los que están en casa esperando el pan que les alimente y les nutra. Sin pensar, lógicamente, en el Pan de Vida que es Jesus. Eso no entra en su ecuación. Lo que el hombre quiere es vivir el hoy sin pensar en el mañana.
Y nuevamente el egoísmo varonil se pone de manifiesto cuando no conocemos la Verdad. Es por eso que vivimos prisioneros de nosotros mismos. El anarquismo emocional que llena nuestras vidas hace que caigamos una y otra vez en el mismo círculo vicioso de los placeres mundanos sin darnos cuenta del daño que le hacemos a nuestra familia de quién decimos que amamos. ¿Los amamos de verdad, cuando los dejamos sin su sustento? ¿Los amamos cuando les privamos de sus derechos de tener una vida digna de ellos?
Eso fue lo que no pensaron los hombres del desierto cuando le pidieron a Aharón que les hiciera un ídolo para que los guiara por el camino. La orden fue: “Vayan y quítenle el oro a sus mujeres, a sus hijos e hijas”. Dicho de otra manera: Quítenles lo que les pertenece por derecho. Déjenlos sin nada para su futuro. Quítenles su sustento. Su pan, sus estudios, su casa y su cobija. Dense gusto hoy que la vida solo se vive una vez.
Y eso enojó a Dios y a Moisés.
No, mis queridos amigos varones: No es justo que hayamos tomado esposa para dejarla con hambre por seguir nuestros impulsos egoístas. No es justo traer hijos al mundo para que pasen hambre, desnudez y vergüenza por culpa nuestra. No, no es justo. Y, lo peor, a Dios no le gusta.