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sábado, abril 20, 2024

El sexismo como pecado

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Por: Mario Vega | Pastor General Misión Cristiana Elim

Dios creó al ser humano a su imagen, conforme a su semejanza; con ello, le otorgó una dignidad especial que elevó su vida al nivel de lo sagrado. Esa dignidad es compartida tanto por hombres como por mujeres en igual medida. Este concepto básico de las Escrituras invita a superar las grandes divisiones que marginan a la mujer y la ubican como dotada de menos derechos. Toda acción, palabra o idea que busca desvalorizar a la mujer es una negación de la imagen de Dios en sus hijas. Pero, el mismo libro de Génesis, tan temprano como el capítulo 4, relata la historia del primer bígamo. Con eso, inició la instrumentalización de la mujer. Para el tiempo del Nuevo Testamento, predominó en el judaísmo una visión negativa de la mujer, y sus funciones religiosas quedaron restringidas al ámbito hogareño. Entonces apareció el movimiento de Jesús que fue original en su propuesta de reordenamiento de género, ejemplificado en la aceptación de mujeres en la comunidad de discípulos y en unas relaciones más justas.

Las conductas contraculturales de Jesús le permitieron romper con estereotipos misóginos como cuando entabló conversaciones con algunas mujeres, lo cual era mal visto en su tiempo. Lo hizo de manera privada con la samaritana y pública con la sirofenicia. Además de ser acciones consistentes en busca de los principios de equidad de género fueron también diálogos como mediaciones en el campo teológico. Pues esas dos mujeres fueron de las muy contadas personas con quienes Jesús discutió el rol del judaísmo en la salvación y la apertura al universalismo. Con ello asumió el rol de interlocutor en paridad de condiciones con mujeres en busca de la verdad, lo cual constituyó una oportunidad de sanación en las relaciones de género y en los espacios potenciales de evangelización.

Las posturas de Jesús tienen un propósito pedagógico. A imitación de él, los creyentes deberían esforzarse por superar las grandes divisiones de género y ser un ejemplo para el resto de la sociedad. Cuando no se logra superar los obstáculos opresores, o incluso se les perpetúa, los creyentes han fallado en su vocación al mundo de proclamar y vivir el evangelio reconciliador de Cristo. Para cumplir con su vocación deben ser firmes en rechazar la misoginia, el maltrato, el abuso violento, el acoso sexual y el asalto a las mujeres que se manifiesta en la cultura y en la política. Es lamentable que tales prácticas parecen ignoradas públicamente y, en consecuencia, aprobadas por quienes ocupan altos cargos de liderazgo político. Esto último debe provocar especial preocupación para los creyentes dada la influencia modeladora que ejercen en la ciudadanía, en especial la juventud.

El tema deja de ser electoral para convertirse en uno de fe. Cuando lo electoral riñe con los valores evangélicos no debería existir en el creyente ninguna duda de cuál debe ser su opción. Esta pasa por defender el respeto, la protección y la afirmación de las niñas y las mujeres en las familias, comunidades, lugares de trabajo, iglesias y ámbitos de ejercicio político. El creyente debería apoyar sin temor y sin duda las valientes voces de mujeres que dicen la verdad y que han recurrido a recursos de ley para establecer su dignidad y ayudar al país a reconocer por nombre cada uno de los abusos. El sexismo es un pecado que requiere de cada cristiano arrepentimiento y resistencia.

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