Josué 2:21 “…y ella ató el cordón de grana a la ventana…”
Pablo dijo algo muy cierto: No es de todos la fe. Esta palabrita de apenas dos letras es tan difícil de discernir que muchos se confunden. Practicarla es una cosa y saberla es otra. Necesitamos fe para todo. Por supuesto, estoy hablando de cristianos practicantes, cristianos de verdad, no nominales sino de los que viven por fe y de fe.
Abraham es un ejemplo de ello. Le creyó a Dios al dejar su parentela y su familia para ir en busca de una tierra que le habían prometido. Puso su hijo sobre la parrilla del altar porque le creyó al Señor. Cosas que muchos de nosotros no estamos dispuestos a hacer. Porque la obediencia es un acto de fe. Cuando diezmo, ofrendo o doy a otros, es un acto de fe, porque pongo en el asador toda la carne de mi fe para creer que lo que entregue me será devuelto con creces. Por una razón muy sencilla: Lo dice la Palabra de Dios.
Muchos piensan que tienen fe pero a la hora de cumplir las ordenanzas de Dios para que den, que abran sus manos para darle a otros lo piensan dos veces y la mayoría de esas veces no logran hacerlo. Zozobran en el mar de la incredulidad y se privan de ver milagros que vengan de la Mano bondadosa de Dios.
La fe también afecta la visión. La visión que uno pueda tener en uno mismo. Si yo creo que soy un inútil y que no puedo hacer nada, nunca haré nada. Mi vida será tan gris y aburrida como se pueda porque mi fe no me ayuda a ir más allá, alcanzar las alturas de mi posición porque no he logrado creer que puedo ir a otro nivel de donde pueda estar.
Jacob es un claro ejemplo de lo que digo. Cuando Dios le dice que trabaje para aumentar sus ganados en los campos de su suegro, lo primero que hizo fue cerrar sus ojos a la realidad que estaba viviendo en ese momento y dice la Palabra que alzando sus ojos, “vio” como hacer para que los corderos hicieran lo que él deseaba. Vio las famosas varas peladas y un estanque de agua en donde los corderos se unían y parían crías manchadas. ¿Qué hizo al día siguiente? Tomó su fe, su sueño, su visión y la puso en acción. Y todos conocemos el resto.
Rahab está en esa misma disyuntiva. Los espías le dan instrucciones para salvarse de la inminente toma de su ciudad Jericó. Debía poner en su ventana un lienzo de color rojo para que fuera visible en medio del fragor de la guerra para que la pudieran ver los guerreros y no tocarla sino salvarla con toda su familia.
Pero hay algo interesante en ese detalle: En el verso 18 ellos dicen: “He aquí, cuando nosotros entremos en la tierra, tú atarás este cordón de grana a la ventana por la cual nos descolgaste…” ¿Leyó bien? Haga la prueba: lea palabra por palabra: “CUANDO NOSOTROS ENTREMOS” No se necesita ser un lingüista para ver que ellos le dicen que cuando ellos entren a tomar la ciudad, en ese momento que ella cuelgue el dichoso listón rojo para que ellos lo vean desde lejos.
Pero su fe dijo otra cosa: No tienes por qué esperar que ellos vengan. Cuelga el listón en este mismo momento. No esperes que vengan, hazlo ahorita que todavía están aquí. No te confíes. No esperes hasta el último momento.
Esa fe es maravillosa. Usted no tiene que esperar que haya necesidad para colgar su ofrenda. No tiene por qué esperar que vengan las deudas para empezar a sembrar. No tiene por qué pasar angustia antes de empezar a dar.
Cuelgue su diezmo, su ofrenda y su dádiva antes que llegue la batalla.