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lunes, diciembre 23, 2024

La responsabilidad pública ante la verdad

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Por: Mario Vega | Pastor General de Misión Cristiana Elim

El tema de la verdad y la mentira es bastante complejo, pero dadas las limitaciones de espacio de este artículo podemos contentarnos con afirmar que un enunciado es verdadero solo si se da el estado de cosas que expresa. Es decir, debe existir una correspondencia entre lo que se dice y los hechos de los que se habla. Ese sería un postulado desde el punto de vista de la filosofía realista; en cambio, para la Teología, el énfasis de lo verdadero se enfoca más que en el enunciado en quien lo enuncia. Se trata de un asunto de actitud coherente y auténtica antes que de decir cómo fueron o sucedieron los hechos. Más importante que la verdad como adecuación del entendimiento y la realidad, la verdad es, ante todo, confianza, autenticidad y fidelidad. Por eso, según la Biblia, la verdad es el descubrimiento del ser siempre oculto. La verdad no se dice; la verdad se muestra, se descubre o, mejor aún, se acoge. En consecuencia, la mentira consiste en no querer acogerse ni dejarse iluminar por la verdad.

De allí que la práctica de la verdad resulte esencial para las relaciones humanas, ya que la confianza y la autenticidad son básicas para la construcción de la vida en comunidad. Cuando el pueblo de Dios nació a la libertad, se establecieron normas morales para la convivencia. Una de las normas preponderantes fue el mandamiento: “No darás falso testimonio” (Éxodo 20:16). Con él se animaba a los creyentes a abrazar la verdad como cemento unificador de la nueva comunidad. La convivencia se construye sobre la base de la fidelidad que la persona debe a Dios y a sus semejantes.
Hoy, igual que en los tiempos del Éxodo, los cristianos deben ser firmes en rechazar la mentira que atenta en contra de la armonía social. Sobre todo cuando el patrón de mentira ha invadido la vida política y civil. Los funcionarios, igual que el resto de los ciudadanos, son humanos y, por tanto, falibles, pueden equivocarse o pueden mentir con premeditación. Pero existe una clara diferencia entre la mentira eventual y la persistencia de la mentira pública que intenta deliberadamente cambiar los hechos en procura de un beneficio electoral, político o personal. La responsabilidad pública ante la verdad se ve socavada y la desconfianza social se profundiza. A través del uso de tergiversaciones, ocultamientos o mentiras absolutas, la confianza de la ciudadanía se pierde y la incertidumbre domina las relaciones. Pero, el uso que los liderazgos políticos hacen de la mentira, también estimula en la ciudadanía el uso del mismo recurso en beneficio personal. Se alcanza así un estado de falsedad mutua generalizado que afecta gravemente la cultura. Se llega así a un nivel de deshonestidad en el que nadie deseó estar.
La normalización de la mentira representa un profundo peligro moral para el tejido social y no debe olvidarse que el debilitamiento del tejido social es uno de los factores de riesgo que han conducido, entre otras cosas, a las condiciones de inseguridad social que vivimos. No puede fortalecerse el tejido social en las comunidades si se usa una provisión regular de ocultamientos, mentiras y patrañas. El único camino a la redención es la salida a la luz para abrazar la verdad que da libertad a las personas y a la sociedad. Esa es la exigencia que todo creyente debe ejercer con valentía en el presente

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