Marcos 2:3 “Entonces vinieron a él unos trayendo un paralítico, que era cargado por cuatro”
Seamos sinceros mis amigos: Encontrar verdaderos amigos es difícil. Hay en el mundo incluyendo el mundo cristiano un síndrome de egocentrismo, egotismo y todos esos “ismos” que dañan al ser humano.
Todos buscan como solventar sus propias necesidades sin preocuparse por las necesidades de otros. He sabido de casos en algunas congregaciones que se pelean entre los mismos líderes para lograr los primeros lugares como en los tiempos farisaicos de Jesus.
Parece que el corazón del hombre todavía sigue en su estado primitivo porque no se ven cambios a causa del Evangelio de Cristo. Claro, hay honrosas excepciones, pero encontrar un verdadero amigo es como buscar la aguja en el pajar. Gloria a Dios que aún se encuentran algunos.
La amistad es cuestión de fe. Hay que tener fe en que el amigo que dice que es mi amigo es realmente mi amigo. Y eso se prueba solamente en las pruebas. Cuando peco, por ejemplo, necesito una mano de un amigo que me levante. Sin cobrarme ni acusarme de nada. Suficiente dolor tengo ya por el pecado que me ha mordido como para que venga un “amigo” a echarme más sal sobre la herida.
Quizá por eso dice la Biblia que el que se dice que es amigo, debe mostrarse amigo. O sea que la amistad, aparte de ser un fruto de la transformación que el Señor quiere hacer dentro de nosotros, también tiene que ser un compromiso que debemos adquirir por nosotros mismos. Es una decisión que debemos tomar con nosotros mismos para mostrar que estamos hablando en serio. Y, lo paradójico de este asunto, es que he conocido historias y leyendas de amigos que no conocían el Evangelio sino que decidieron ser amigos de sus amigos. Estuvieron allí todo el tiempo. Les tendieron la mano cuando lo necesitaron. Hicieron un compromiso tan personal e íntimo que lloraron con ellos, sufrieron con ellos y desmayaron con ellos.
Acabo de ver en History Channel la historia del hijo de presidente JFK, llamado como el padre, John F. Kennedy jr. Su sobre nombre era Jhon-Jhon. Su historia es una historia de amistad con su primo que sufrió de cáncer el que lo terminó matando. Toda su vida giró alrededor de este primo que fue su único amigo en la vida. En su biografía cuentan que un día, que estaba sufriendo los más duros dolores del cáncer, Jhon-Jhon le dijo: “Yo te ayudaré, siempre estaré a tu lado”. Tristemente poco tiempo después Jr. moría en un accidente de avión. Su primo sintió tanto la muerte de su único y mejor amigo que días después murió de cáncer y de tristeza.
En la Biblia tenemos ejemplos de amistad sincera. David y Jonatan fueron dos amigos que salvaron todos los escollos que se interponían en sus caminos con tal de estar siempre el uno para el otro. Y lo lograron. Fueron un ejemplo para que perdurara para nuestros tiempos.
Los amigos del paralítico de la historia que nos cuenta Marcos son otro ejemplo vivo de lo que es la verdadera amistad. “No, amigo, no tenemos dinero para pagarte un buen hospital, para buscarte una clínica donde te atiendan, pero conocemos a Alguien que puede sanarte. Y te vamos a llevar y presentar ante Él cueste lo que cueste. Prepárate porque muy pronto verás tu milagro hecho realidad. El paralítico no tenía la suficiente fe en el desconocido al que ellos le iban a llevar. Había escuchado de otras sanidades entre el pueblo. Hasta sus oídos habían llegado noticias de que por allí andaba un Sanador que podía agregar pies, brazos, ojos y piernas a los que lo necesitaban. Pero su enfermedad era tal que no creía que fuera posible que él recibiera su sanidad.
Así que un día en que Jesus andaba cerca de su aldea, sus amigos se apresuraron, amarraron bien a su amigo paralítico a su camilla, y los cuatro se dispusieron a llevarlo cargado bajo el sol ardiente de Galilea, caminando sobre las polvorientas calles, sudando copiosamente, quizá tomando pequeños descansos pero no perdiendo la fe de encontrar un sitio para su amigo querido.
Y dice la historia que cuando llegaron encontraron la casa atestada de gente. No podían entrar por la puerta. Pero para la verdadera amistad no hay estorbos ni nada que se pueda interponer entre quienes desean sinceramente ser amigos. Suben al terrado de la casa, abren un boquete y bajan al paralítico. Luego, uno por uno, los amigos se presentan ante Jesus y ponen a su amigo frente a él. Seguramente le ruegan que lo sane. Bañados en sudor, sobre sus frentes chorreaban gotas de sudor mezcladas con el barro que acaban de desprender del techo, sus ropas manchadas por el polvo del camino, sus cabellos sucios y sus caras marcadas por el calor del camino.
Pero Jesus no vio eso. Ni siquiera vio al paralítico. Dice otro evangelista que “viendo la fe de ellos”. ¿Que clase de fe vio Jesus en los ojos de esos amigos que se habían jugado el todo por el todo con tal que su amigo fuera sano? ¿Qué destellos de luz y esperanza vio Jesus en aquellos jóvenes? Es cierto, iban sucios y desarrapados, con un olor a sudor que emanaba de sus cuerpos, pero Jesus lo que vio fue que en los ojos y en los semblantes de esos amigos brillaba una luz de esperanza y de fe para que su querido amigo fuera sanado.
Usted conoce el final que como una sinfonía de Beethoven termina con un cántico de alegría.