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martes, noviembre 26, 2024

Juan Bautista

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Isaías 40:3 “Una voz clama: Preparad en el desierto camino al SEÑOR; allanad en la soledad calzada para nuestro Dios”

A veces nosotros los pastores cometemos el error de querer ocupar un lugar al que no hemos sido llamados por el Señor.

Pablo dice que cada uno ha recibido un llamado específico. Claro que se pueden entrecruzar los caminos en los ministerios que él menciona pero por lo general se espera de nosotros, los “ministros del Señor” que no nos metamos en lugares a donde no hemos sido llamados.

El problema es que muchas veces el orgullo nos gana. De pronto una persona, especialmente una hermana, viene al pastor para pedirle un consejo y si éste no tiene la experiencia o la respuesta adecuada, se inventa algo para no quedar mal. Una buena dosis de orgullo por supuesto. Y otras veces incluso, se autonombra Profeta, como para dar a entender que tiene más de uno o dos regalos del Señor.

No estoy tratando de polemizar sobre esto, primero porque no soy ninguna autoridad en el asunto, segundo porque no es asunto mío como lleva cada quien su llamado. En lo que a mi concierne, prefiero seguir siendo el pastor que empece siendo allá en Guatemala hace unos 35 años. No aspiro a ningún título ni otro ministerio a menos que el Señor se digne usarme de cuando en cuando mientras entrego el mensaje de su Palabra.

Bueno, ¿a que viene todo esto?

Muy sencillo y pasaré a explicar lo que comprendí leyendo la historia de Juan Bautista por enésima vez.

Porque el “efecto cebolla” de la Palabra es tan hermoso que después de varios años de leerla diariamente como una de mis principales disciplinas, siempre descubro cosas que no había visto anteriormente. Y en esta ocasión me saltó una línea sobre lo que le sucedió a este hombre que según Jesus, no ha nacido otro mayor que él en la tierra.

Resulta que Juan Bautista vino al mundo enviado por Dios mismo para cumplir una misión: Preparar el camino del Salvador. Abrir la senda para presentar el Cordero de Dios que quitaría el pecado del mundo y traería salvación a su pueblo Israel. Mientras estuvo enfocado en su llamado no había ningún problema. Incluso los jerarcas de la religión del pueblo acudían al río donde Juan bautizaba. Y los recibía con amenazas, advertencias y enseñanzas para que dieran frutos dignos de arrepentimiento.

Pero resulta que un día, en el fragor de su carácter duro y pragmático, pasó bajo el balcón en donde se sentaba el gobernador de Israel y lo increpó duramente delante de todos, especialmente de la esposa que éste había tomado de su hermano, lo cual era un pecado señalado por la Ley.

Lucas 3:19 nos lo cuenta sucintamente: “…siendo reprendido por él por causa de Herodías, mujer de su hermano, y por todas las maldades que Herodes había hecho…”

Aqui se desató una sentencia de muerte para Juan. A partir de ese momento dice Lucas que Herodías entró en cólera y empezó a buscar la manera de matarlo en venganza de la regañada que le pegó el enviado de Dios.

El problema no fue descubrir el pecado de Herodes y su mujer. Eso era conocido por todos, pero lo que fastidió la vida de Juan fue que él no fue enviado por Dios para corregir ni para avergonzar a nadie. Su papel no era exhortar al gobernador a que tuviera una buena conducta. Su llamado era “preparar el camino del Señor” y no meterse en las vidas ajenas especialmente de las autoridades.

¿Lo ve, querido pastor? A Juan le cortaron la cabeza por andarse metiendo en un ministerio que no le pertenecía.

¿Que opina de todo esto?

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