1 Sam. 23:5”… y libró David a los de Keila”
1 Sam. 23:12 “Dijo luego David: ¿Me entregarán los vecinos de Keila a mí y a mis hombres en manos de Saúl? Y Jehová respondió: Os entregarán”
No, no esperemos que todos sean agradecidos. Para empezar les diré que la pobreza es un estado mental que subyuga al ser humano cuando éste permite que sus pensamientos sean permeados por las circunstancias que la vida nos presenta.
Hay pobres tan pobres que no tienen nada que dar, ni siquiera las gracias. ¿Se ha dado cuenta que a su alrededor hay personas a quienes usted les hace un favor o les comparte una bendición y no dan gracias? Ellos son los pobres pobres.
Y esa clase de vida es peor que la de los pobres. Porque hay pobres tan ricos que saben devolver el favor recibido. Son los que han entendido que ser pobre no significa ser mal agradecido. Para esa clase de personas la pobreza es algo pasajero, algo que es circunstancial en sus vidas pero que llegará el momento en que tendrán suficiente para dar y compartir.
A ellos la vida les sonríe porque han sabido soportar los altibajos de su existencia. Todos hemos pasado por momentos de escaces. Pablo lo vivió y lo enseñó. Él aprendió el secreto de la razón para la pobreza. Porque la pobreza nos enseña que no todo lo que brilla es oro. Que hay momentos en que tenemos que transitar por valles en donde nos faltan algunas cosas pero sabemos que también vendrán tiempos mejores. Un buen chapin sabe que después de una temporada de frijoles y tortillas vendrá la carne. Así que no desespera ante esos momentos de escaces.
Gloria al Señor por los que hemos aprendido que todo eso es parte de la vida.
Y lo más hermoso de todo, es que solo Dios sabe quienes son los pobres entre los pobres. Aparentemente no lo parecen, pero como Dios mira el interior del hombre, Él sabe perfectamente qué clase de personas somos.
Keila, un pueblo del antiguo Israel, está bajo ataque de sus enemigos. Se lo hacen saber a David quien tiene un corazón enormemente amoroso hacia sus amigos. No duda en acudir en su ayuda y los libra del ataque de sus rivales. Dice la historia que los libró de todos ellos y los de Keila volvieron a tener paz en su territorio.
Lo menos que David, que en esos momentos huía de Saúl esperaba, era que lo ayudaran y lo protegieran como una reciprocidad hacia el bien que habían recibido. David deseaba que las personas que habían recibido un bien de parte de quien les había ayudado a ser liberados de la batalla era que fueran amables y protectores hacia él.
Pero, ¿qué sucedió? A las alturas en que David se encontraba, adquiriendo experiencias sobre el corazón humano, no quiso confiar en sus instintos. No quiso confiar en sus propias experiencias y consultó con el Señor: “¿Me entregarán estos hombres de Keila a Saúl? ¿Me protegerán como reciprocidad por lo que les hice? Y la respuesta del Señor definió la situación moral de esta gente. Su respuesta es dolorosamente pragmática: “Sí, David, te van a entregar”
¿En donde está la gratitud entonces? ¿Como es que los habitantes de Keila no fueron agradecidos con quien los había salvado de ser llevados prisioneros y esclavizados por los filisteos?
No hubo tal gratitud en sus corazones. Estaban contentos por haber sido salvados, felices de que su territorio no haya sido consumido ni ellos llevados cautivos. Pero en su interior no había nada que los motivara a ser agradecidos. No dieron muestras de ningún agradecimiento a su salvador.
Menos mal que David había aprendido a no confiar en los sentimientos humanos. Menos mal que David no esperaba ningún detalle de ternura ni amor de sus semejantes. Confió en la Palabra del Señor y Él le confirmó que esa gente eran tan pobre, pero tan pobres que en cuanto Saúl apareciera, se iban a poner del lado de más rico, del más fuerte, del más poderoso.
Tenemos que aprender de todo esto a no esperar que aquellos que han recibido alguna bendición de parte de nuestro ministerio o billetera nos den gracias. Debemos esperar que no todos darán gracias. Que no todos tienen en su corazón una pizca de agradecimiento por un favor recibido. Solo Dios es quien recompensa por lo que podamos hacer por los demás.
David lo entendió, por eso no se enojó ni amargó por la actitud displicente de los de Keila. Porque su confianza estaba puesta en el Dios de su salvación.