Por: Mario Vega | Pastor General de Misión Cristiana Elim
Las respuestas de las iglesias a la pandemia han sido tan diversas como la propia diversidad de las tradiciones evangélicas. A fin de avanzar en el tema se necesita hacer una organización mínima de las múltiples respuestas. Esa organización no tiene que ver con otros elementos de cada denominación sino solo con su respuesta al confinamiento y a los efectos del coronavirus. Como se notará, cada reacción fue fuertemente influida por las diferencias sociales y económicas que experimentó cada comunidad cristiana y que en El Salvador son bastante desiguales.
Las iglesias ubicadas en zonas de pobreza y pobreza extrema son numéricamente pequeñas y principalmente de tradición pentecostal. Acataron la cuarentena de inmediato y sus miembros dejaron de trabajar, a pesar de poseer una economía familiar precaria. Suspendieron los cultos y, algunos, sin las condiciones para usar plataformas digitales, porque pocas personas tienen computador en casa, comenzaron a utilizar grupos de WhatsApp para hacer oraciones o hasta cultos completos. Pero, la mayor parte de ellos no esperaban un confinamiento tan prolongado y se vieron en la necesidad de salir a trabajar prematuramente, obligados por la crisis económica. Eso supuso exponerse al contagio y propagar el virus en los vecindarios, cosa que algunas veces ocurrió. De los llamados iniciales a ser buenos ciudadanos y la adhesión al mundial “quédate en casa” pasaron a oraciones frecuentes de protección para los hermanos que necesitaban volver a trabajar. Esas mismas circunstancias les condujo a una vuelta a los cultos presenciales también prematura.
Por su parte, las iglesias de sectores de clase media y media alta no tuvieron mayores dificultades para pasar de los servicios en los edificios a la red de Internet. Desde mucho antes ya transmitían por ese medio y eran experimentados en su uso. Las transmisiones eran de alta calidad en audio e imagen. Con buen uso de gráficas y textos de apoyo para reforzar el mensaje. En sus reuniones de oración virtuales había repetidas referencias a “los que pasan hambre, los que están sin trabajo, los que tienen que usar el transporte público” como si se tratase de otras personas. La mención de creyentes contagiados o en cuarentena eran pocas si se comparaban con las iglesias del grupo anterior. Parece que económicamente no sufrieron mucho pues sus miembros pasaron a trabajar desde casa. También realizaron un esfuerzo considerable de ayuda a los necesitados, distribuyendo víveres y canastas básicas en las comunidades. Parte esos necesitados los vieron en los policías y soldados a quienes muchas veces les sirvieron comidas calientes.
No faltaron los predicadores que vieron en la pandemia una conspiración mundial para cerrar las iglesias e impedir el anuncio del Evangelio. O los que negaron la existencia del virus o los que lo presentaron como un castigo de Dios contra un mundo que le ha dado las espaldas. Tales ideas les hicieron poco empáticos hacia los enfermos, los empobrecidos y los enlutados. Por gracia de Dios, fueron los menos. La mayor parte de iglesias supo actuar a la altura de la vocación cristiana: con empatía y solidaridad hacia los necesitados. Empatía que llevó a bastantes a exponer su vida y su salud por amor al prójimo.