Génesis 13:12 “… y fue poniendo sus tiendas hasta Sodoma”
Nadie cae de la noche a la mañana. Nadie se levanta por la mañana pensando: hoy voy a pecar insolentemente. No. Las caídas suceden paulatinamente. Suceden de paso en paso. Primero una mirada, luego un pensamiento, después un deseo y por último la zancadilla que nos lanza al piso de la vergüenza y la humillación.
Así mismo nadie se vuelve pobre de la noche a la mañana. Primero deja de ofrendar, luego de diezmar, deja de sembrar y por último ya no tiene cosecha que recoger. Son los axiomas de la vida. Todo es paulatino. Como el amanecer que se ve desde la ventana de nuestro lugar de vivienda. El sol se va abriendo paso poquito a poquito, sin que las nubes puedan evitarlo hasta que llega el disco rojo en todo su esplendor y nos ofrece ese espectáculo de luz y color que Dios nos envía desde su Trono de Gracia cada mañana. Hay quienes lo disfrutan y lo plasman en sus fotos como mi esposa, pero hay otros que ni cuenta se dan sino hasta que el sol empieza a brillar en todo su esplendor. ¡Amaneció! dicen, pero es mentira. Amaneció hace un poco de tiempo atrás.
Así le pasó a nuestro amigo Lot.
Cuando se separó de su tío Abram a causa de sus ovejas y sus pastores. Imagínense, pelear por unos cuantos animales. Hay que ser muy necio para aceptar separarse de alguien que nos ha bendecido por unas ovejas. La necedad en su máxima expresión. Y Lot fue acumulando cólera, enojo y rencor contra su tío que tanto lo había cuidado y protegido y enriquecido hasta que llegó al clímax de su tolerancia. Se separó de su benefactor. Primer paso a la caída.
Segundo paso: “Y alzó Lot los ojos y vio todo el valle del Jordán, el cual estaba bien regado por todas partes”. Vio. Los ojos lo traicionaron. Le infundieron el deseo de posesión. Egoísmo nato. No le importó dejarle a su tío las piedras y arenas del desierto. Él tomó lo que le interesaba. Como decía mi mamá: “el que venga atrás que arree”.
Tercer paso: “… y fue poniendo sus tiendas hasta Sodoma” ¿Lo ven, lectores? Lot no se fue a Sodoma de una sola vez. Fue algo inevitable. Fue poniendo. Prosperó tanto que se fue acercando sin darse cuenta quizá, al peligro más peligroso de su vida. El epítome de la necedad humana. Creyó que podía sobrevivir en un ambiente de pecado, de sodomía y de lujuria. Todo por sus rebaños de ovejas que al final las perdió chamuscadas por el fuego de Dios.
No tengo nada más que agregar que las líneas de una canción que escuché hace muchos años atrás: “…vive feliz ahora, mientras puedas, quizá mañana no tengas tiempo para sentirte despertar…” (J. M. Napoleón). Interesante, ¿verdad?