2 Reyes, 12:3 “Con todo eso, los lugares altos no se quitaron…”
Joas era el rey de Judá. Reinó durante cuarenta años. Estuvo bajo la tutela del sacerdote Joiada. Dos hombres entregados al servicio del Señor. Íntegros. Cabales. Temerosos de Dios y obedientes a la Palabra.
El rey Joas amaba al Señor con todo su corazón y trataba de limpiar al pueblo de tanta aberración religiosa. Destruyó muchas imágenes idolátricas e hizo una gran reforma religiosa para beneficio de su pueblo.
Pero no pudo quitar los “lugares altos”.
¿Que eran los lugares altos en aquel tiempo? Eran lugares bien escondidos a la vista, eran caminos rurales entre la maleza de los cerros que terminaban casi siempre en un lugar plano y hecho para adorar ídolos paganos. Eran lugares ocultos a la vista de los demás a donde iban muchos del pueblo a presentar sacrificios a sus ídolos que casi siempre estaban al pie de algún árbol dedicado a la diosa Asera. Era el culto a lo oculto. Adivinación. Paganismo puro. Desviación religiosa. Adoración a imágenes y entrega muchas veces de sus propios hijos al horrendo dios Baal.
¿Y por qué no pudo este rey quitar esos lugares de perdición moral? Ah, es que estaban tan escondidos que ni la mejor policía de su tiempo pudieron encontrar los caminos que llevaban a los adoradores a darse gusto en su adoración falsa. Estaban tan ocultos a la vista que nadie se imaginaba quien o quienes se reunían en esos lugares a practicar sus hechicerías.
Lo mismo sucede hoy. Hoy también hay “lugares altos” que muchas de las personas que se reúnen con nosotros en la Iglesia tienen en sus propias vidas. Sus lugares altos son el vicio escondido que se practica dentro de sus habitaciones. Son sus programas de televisión solo para adultos a media noche. Son sus páginas de internet en donde navegan a escondidas. Son los celulares en donde los hijos se toman fotos casi desnudos para satisfacer el gusto lascivo del novio o la novia. Los lugares altos de muchos cristianos son esas botellas de licor bien escondidas entre su ropa interior. Son esas llamadas por teléfono con otra hermana para chismear a media mañana cuando se terminó el oficio de la casa.
Los lugares altos siguen vigentes porque están en lo profundo del corazón humano. Están escondidos detrás de un buen traje de Casimir Ingles. Detrás de una corbata de seda. Detrás de un púlpito de cedro. Detrás de una sonrisa que costó un dineral con el odontólogo de moda. Solo el Espíritu de Dios nos puede ayudar a quitar esos feos lugares altos. Por supuesto, si creemos en él y nos rendimos a él. Así de simple.