¡Cómo extraño aquellos tiempos! No sé si soy retrógrado, chapado a la antigua o es que me formaron bajo la escuela de algo que se llama respeto, integridad y honestidad.
En una ocasión, cuando era un niño de unos siete u ocho años, estaba jugando con mi trompo frente a mi casa allá en un pueblo que se llama Poptún, en el Petén, Guatemala. No se como fue pero mi trompo salió volando y golpee la puerta de la señora que vivía enfrente de nosotros. La señora salió enojada y me dio un coscorrón y me devolvió mi trompo. Enojado yo, fui con mi mamá a quejarme y ella me tomó de la mano, fuimos a la casa de enfrente y las dos señoras se pusieron a platicar de muchas cosas, mientras yo esperaba que mi mamá le reclamara por qué me había golpeado. Después de mucha plática, mi mamá le pidió disculpas porque su hijo -que era yo- le había golpeado su puerta. Luego me obligó a pedirle disculpas también.
Cuando entramos en nuestra casa, le pregunté a mi mamá porqué no le había reclamado a la señora su acción. Y en su respuesta me dio una gran lección que hasta el día de hoy no olvido.
Me dijo: Tú no solo eres mi hijo, también eres hijo de los vecinos. Ellos son también tus papás. Ellos tienen la obligación de velar por tu buena conducta. Ellos están a cargo tuyo para enseñarte buenos modales mientras nosotros no te vemos y ellos sí. Nosotros, los vecinos, nos ayudamos mutuamente para educar, corregir e instruir a nuestros hijos. Tenemos la obligación de enseñarles a los niños que vemos haciendo algo malo, porque si no lo hacemos, somos responsables de manchar nuestro pueblo, nuestra aldea, nuestra cuadra y el buen nombre de nuestras familias. Yo no quiero que nadie pueda decir que mis hijos son malcriados ni maleducados teniendo vecinos que me pueden ayudar a enseñarte buena educación.
Hoy que soy pastor, trato de hacerlo con los niños de mi congregación. Pero hay un problema: Los padres rechazan la instrucción y educación que se les quiere enseñar a sus hijos. Hoy no se puede corregir una conducta inapropiada en ningún niño ni joven porque los primeros en rechazar la ayuda son los mismos padres. Ha pasado el tiempo y ya se perdió el concepto de vecindario. Hoy no se puede regañar ni mucho menos llamar la atención de un hijo de vecino porque se corre el peligro de ser insultado, ultrajado y amenazado por una madre o un padre sobreprotector. Lástima. Ver a un joven fumando y no poder decirle que eso es incorrecto. Escuchar a una joven hablar con palabras obscenas y vulgares es prohibido.
Por eso estamos como estamos.