Cuando el hombre llega al límite de sus fuerzas, la tendencia es escondernos en alguna cueva. Algunos nos escondemos en la cueva del silencio. Otros en la cueva de la cólera y el enojo. Otros más en las cuevas de algún vicio oculto. Y es que el hombre no fue hecho para resistir mucha tensión. Como las cuerdas de una guitarra, si lo tensan demasiado ya no produce música ni entona melodías sino todo lo contrario: destila cansancio, apatía y neurastenia.
Eso le sucedió a Elías. Acaba de tener una extraordinaria experiencia mística con Dios. Los profetas falsos fueron acabados por la fuerza de su brazo. El crepitar del fuego aún no se ha apagado cuando una noticia le llega al gran hombre de Israel. Jezabel le envía un mensaje. Solo uno. Pero ese uno fue suficiente para hacerlo caer en el abandono moral. Y cae rendido en los brazos de una depresión fulminante. Se pone a dormir. Pero no es un dormir en paz. Es dormir para huir. Para huir de la realidad que lo amenaza. Duerme para esconderse. Como el avestruz, entierra sus miedos en la oscuridad del sueño.
Era una noche de novilunio. El cielo de un azul violeta, envolvía el paisaje en una calma profunda, arengada y luminosa, la paz de la noche caía de los cielos y las cimas, el llano suspira como un niño dormido, la selva moribunda vertía a distancia, el apaciguamiento de su sombra sagrada. En las manchas negruzcas de los estanques, la luna naciente vertía claridades verdes de algas marinas. Un jirón del eterno misterio pesaba sobre el llano, atento, y en la paz religiosa de la hora, la sabana parecía recogida como para el engendramiento de un milagro, y el campo todo, pacífico y grave como si esperara el paso de un profeta.
Y la Voz suave y tierna de Dios se hizo escuchar en el silbo apacible. Solo una pregunta resonó en los oídos del profeta vencedor pero ahora vencido: ¿Que haces aquí Elías? Y esa es la pregunta para muchos de nosotros, los pregoneros de esperanza. Los mensajeros del Cielo, los que van por el camino de piedras abriendo el sendero para llevar ante la Presencia a aquellos que anhelan el descanso para sus almas agotadas y cansadas.
¿Que hace usted, querido hermano escondido en su cueva? ¿Que hace usted, apreciable hermana, hija del Dios Altísimo, escondida en esa cueva de tristeza, amargura, soledad y apatía? Hay que salir de allí porque alguna viuda está esperando un milagro. Un milagro que solo usted o yo podemos llevar a cabo. El milagro del Silbo apacible. ¡Vamos! Coma de la Palabra de Dios que largo camino nos espera. Porque la mejor Cueva a la que podemos huir es el Corazon de Jesus, porque aún hay montes que subir, montañas que vencer, metas que ganar, vidas que cambiar, sueños que realizar…