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martes, noviembre 26, 2024

El celo de Dios

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Génesis 22:2 ”Y Dios dijo: Toma ahora a tu hijo, tu único, a quien amas, a Isaac…”

Pongámoslo de esta manera: Dios no tolera ser desplazado del lugar que le corresponde. Si ya pusimos la mano en el arado no va a aceptar un “no” por respuesta cuando nos de alguna orden o instrucción. Porque hemos tomado como Señor a un Señor celoso de su Nombre y de su relación con nosotros.

La Cruz de su hijo en donde se derramó su Sangre por salvarnos no es juguete mis amigos. La Cruz no es algo para divertirnos ni para hacer bromas. Allí no colgaron al “colocho” ni al “carpintero de Galilea”, no, allí fue sacrificado el Hijo de Dios. El Rey por antonomasia.

Y, como Dios es celoso con su pueblo, tuvo que tomar acciones un tanto duras con su amigo Abram. Resulta, amigos míos, que Abram le había pedido a Dios un hijo. Tenía cien años así que ya no era posible que lograra tenerlo a menos que la intervención divina se pusiera en acción. Y Dios lo oyó y le concedió el anhelado heredero. Pero ahora resulta que el anciano, por ocuparse de su pequeño regalo, se ha olvidado de algo que nunca debió olvidarse: su relación con Dios. Ya no ha hecho su acostumbrado altar, ya no le quema incienso en oraciones, ya no lleva ofrendas a su Amigo, ya no platica como antes con Él.

Y eso fue lo que no le gustó al Señor. Por lo tanto, allá vemos al anciano y a su hijo de unos trece años cargando leña, fuego y lazos. Van juntos, cada uno meditando en sus propios mundos: El uno tenía sueños de águila, de combates interminables, sobre las cumbres sangrientas del dolor que significaba haberle fallado al querido amigo Dios. El otro tenía sueños de ruiseñor sobre las ramas de un árbol a la luz de un alba pálida, sueños de grandeza, de aventuras. El primero ensayaba rugidos de león, el otro, el más joven entonaba cánticos tímidos de alondra.

La nube que se cernía sobre ambos era cada vez más oscura. El anciano había escuchado con estupor las palabras que taladraron su corazón: “Sabes qué, Abraham, mejor dame tu hijo, al que amas, al que amas ahora más que a mi, al que me ha desplazado del centro de tu corazón, al hijo que vino a ocupar mi lugar, el regalo que vino a llenar tu futuro del cual Yo ya no formo parte. Dame ese hijo amigo mío, porque te ha alejado de nuestra intimidad que antes disfrutábamos tú y yo, porque es mejor que te quedes sin hijo pero no sin Mi…”

¿Que le parece, querido lector?

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