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jueves, abril 25, 2024

No causemos dolor

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Provocar dolor en las almas heridas por el dolor, es el placer de los amargados. Y todos hemos sido tocados por el dolor. Dolor en el alma. Dolor en el corazón, en los recuerdos, en el pasado angustioso de nuestras vidas. Dolor que nos causan las heridas de un episodio cruel que nos persigue a veces en una palabra, en una mirada o en un gesto.

El dolor es parte de la vida. Porque el primer dolor que sufrimos es al nacer. Duele nacer porque nos están expulsando de nuestro nido. Aunque los amorosos brazos de nuestra madre nos acunaron con ternura y calor, ya en nuestras almas ha quedado grabado el dolor del rechazo, el dolor de no ser amados, el dolor de no tener a quien amar.

La soledad es un producto del dolor. Por eso es que los solitarios son almas adoloridas que van por la vida sin un puerto a donde llegar, sin un lugar donde amarrar su nave y estacionarse bajo el calor de unos brazos que le amen, unos labios que le besen y unos ojos que le vean.

Y hay personas que no dudan en provocar dolor. Es por eso que la Biblia nos dice que debemos amar a nuestro prójimo como nos amamos a nosotros mismos. Porque cuando nos amamos podemos amar a otros, especialmente a nuestro Dios. Porque amar es adorar. Amar es cantar. Amar es entregarse. El amor es el antagonista del dolor. Evitamos provocar dolor en el ser amado porque le amamos. Porque no queremos hacer sufrir a quien nos cobija en sus brazos y en el lago misterioso de una mirada.

Y la naturaleza animal nos confirma este pensamiento. Dicen los expertos en conducta animal que cuando un perrito siente que ya está muriendo, se aleja de la casa donde vive y se esconde bajo un árbol o bajo un matorral, se aleja de su dueño porque no quiere provocarle el dolor de verlo morir. Por eso se esconde de todo y de todos. No quiere ver sufrir a quienes le amaron, a quienes le alimentaron y a quienes lo abrazaron. El perrito es más sabio que muchos de nosotros los humanos. Porque los humanos no queremos morir solos. Fue por eso que Jesus, colgado de una cruz, nos dejó el recuerdo de su muerte. Solo, abandonado, vituperado y desnudo. Sin amigos, sin parientes, sin el Padre, porque no quería provocar más dolor en sus hermanos.

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