Ya no me llamen Noemí, llámenme Mara, dijo la anciana que regresaba de la tragedia de su vida. Porque la amargura me ha visitado. Una mala decisión en su familia había provocado la pérdida de todos sus amores. Su esposo, el compañero fiel de sus años de juventud. Sus hijos, el fruto de sus amores pasionales. Su futuro que se presagiaba amargo, lleno de soledad e infortunio.
Lo único que le quedaba de su pasado era la compañía de una joven extranjera. Una joven que no conocía su idioma, sus costumbres ni su Dios. Pero allí estaba, a su lado, como una sombra que le daba el cobijo que su alma solitaria necesitaba en esas horas horribles de abandono y dolor. Porque eso es lo que necesitamos todos en algún momento. Alguien que nos cubra con su compañía, que nos tienda la mano cuando caemos en el abismo de la apatía y la amargura del alma herida como pajarito que queda a la vera del camino con sus alas rotas.
Y la Divinidad que nunca nos abandona, inspiró en la anciana el consejo para lograr enmendar el error del pasado. Habló con la jovencita cara a cara. Le expuso las leyes de su tierra. Le retó y desafió a romper con los paradigmas que quizá pondrían en entredicho su honor pero que si el Dios de su tierra así lo confirmaba, lograrían alcanzar la liberación de esa cárcel de soledad y pobreza.
Y, en la vaguedad solemne de la hora, en ese horizonte diáfano, de palideces tiernísimas, bajo aquel cielo cambiante, de malaquita y malva, sobre la inmovilidad de la llanura dormida, la silueta fina y blanca de la joven se destacaba en una opacidad rabiosa en uno como nimbo ideal, como envuelta en un manto de nubes en derrota, coronada por todas las rosas de oro del crepúsculo, como si comprendiera que en la oscura fatalidad de su destino, no había otro camino que exponerse a los pies del hombre que había de redimirla.
Era Ruth. Ruth la moabita. La viuda que ahora era empujada por una Mano Invisible que está entretejiendo los hilos de su destino. En la trama de su tejido, el Dios Maravilloso no las ha dejado solas. Él está atento a sus oraciones, a sus necesidades de mujeres atacadas por la tragedia. Y Booz, el elegido para la redención, entregó su vida, sus bienes y su corazón a la moabita para injertarla en su linaje. Y la convirtió en madre de reyes.
Años después, otro Hombre hizo lo mismo con usted y conmigo. Permitió que nos postremos a sus Pies y nos redimió de nuestro pasado, nos hizo hijos del Altísimo y nos ha hecho con él, reyes y sacerdotes. Es Jesus, el Hijo de Dios.