El campo estaba en floración, las rosas, los claveles, los geranios, abrían sus cálices abrasados, en la tristeza negra de las hojas dormidas; sombra de arbustos cariñosos cubrían las rosas blancas, que soñaban a la orilla de los estanques verdinegros, y sobre la onda estremecida de estos misteriosos visionarios, dibujaban extraños arabescos, los cisnes, las nubes y las flores. En el ambiente se sentía el perfume que emanaba de aquella exuberante y hermosa primavera.
En el silencio inmenso y somnoliento, el sol, como un sello rojo, vertía sus cascadas de luz, desde los cielos laminados de oro, y, el lago lejano, ostentaba el fulgor metálico de sus ondas irisadas, como el dorso de un ánade, bajo el frotamiento acariciador de aquellos besos de luz que llenaban la figura solitaria y varonil del Hombre que sentado a la vera del camino, esperaba con paciencia que lo que se había escrito de Él, se cumpliera esa tarde de estío.
Y, bella, hermosa como la luna en su menguante, con sus ropas hechas jirones, el cabello despeinado, el cutis cubierto de lágrimas de vergüenza y humillación, sus pies lacerados por las piedras del camino, en su mirada una necesidad inmensa de perdón y súplica, estaba la doncella que acaban de sorprender en los brazos de un hombre que no era su esposo. La han traído a la presencia del Hijo de Dios para que dicte sentencia de muerte. Los fariseos quieren tenderle una trampa. Pero él, sabio como lo es Dios, les confronta con su propia miseria. Y se alejan en silencio pero con una tormenta en sus corazones hipócritas.
¿Donde están los que te acusan, niña? ¿Ninguno está presente? Anda, ni Yo te condeno. Aléjate de ese hombre. De esa amistad que te succiona tu pureza. Aléjate de esa relación tóxica que te hace daño. Anda en paz y no vuelvas a aceptar esas redes que te pervierten, de ese número que te tienta a hacer lo malo, de esa invitación a pecar contra el Cielo y contra Dios. Yo no te condeno porque sé que no era “eso” lo que buscabas y ahora lo has encontrado en mi mirada de compasión, en mis labios que destilan miel, en mi voz que resuena en lo íntimo de tu corazón. Vete tranquila, muchacha, y no vuelvas por el mismo camino. Hoy que la misericordia y el perdón se han besado, vete a tu casa en paz y no se hable más del asunto.
Así es Jesus. Nos perdona todo nuestro pasado y, por favor, no se hable más del asunto.