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lunes, diciembre 23, 2024

No hace calor el horno

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Por: Mario Vega | Pastor General de Misión Cristiana Elim

El rey de Babilonia mandó a construir una imagen gigante de oro puro. Luego ordenó a los habitantes de su vasto imperio que, sin excepción, se postraran y adoraran a su ídolo. El rey quería usar la religión como cemento de su gran proyecto de control total. Bajo la amenaza de pena de muerte exigió fidelidad absoluta a su persona. Para el día de la inauguración no solo se contaba con el oro de la gran imagen, sino que también había música solemne e invitados destacados. Todo ello resaltaba la magnificencia del acto para impresionar a los sencillos y someterlos a la ideología única de la cual nadie debía disentir.

En el reino vivían tres jóvenes hebreos, la orden del rey no les obligaba a abandonar la lealtad a su Dios, pero sí les imponía una intromisión política en su convicción de fidelidad exclusiva al Dios de Israel. De manera que el día de la inauguración ellos fueron los únicos que no se sometieron al absolutismo real. Muy pronto fueron denunciados por unos oportunistas de ser desleales a los intereses del reino. Aunque el rey estaba fuera de control les dio la oportunidad de retractarse y someter su conciencia a sus dictados. El rey entendió que la negativa de los tres jóvenes era resultado de su fidelidad a Dios y, con cierta impotencia, les amenazó con ser arrojados en un horno de fuego si se negaban. Quedaba así establecido un enfrentamiento entre el autoritarismo real y la libertad que los jóvenes reclamaban de decidir por sí mismos. Las formas de gobernar reflejan el carácter de las personas y cuando se vive con tantos excesos de poder, violencia y riqueza es difícil no llegar a sentirse un dios que exige sumisión total.

La respuesta de los jóvenes fue una contundente declaración de autodeterminación y libertad: “Nuestro Dios a quien servimos puede librarnos del horno de fuego ardiendo; y de tu mano, oh rey, nos librará”. Dejaban muy en claro que el rey tenía límites: no podía dañarlos si Dios no lo permitía. Pero agregaron que en la eventualidad de que Dios no les salvara aun así no adorarían la estatua. Su amor a Dios no era resultado de los beneficios que recibían de Él y tampoco de una garantía de inmunidad. Aun cuando Dios los abandonara al sufrimiento, estaban decididos a ser leales a él. No todas las personas actúan motivadas por intereses, las grandes almas lo hacen por convicciones aún cuando les suponga hasta la misma muerte. Al negarse a adorar la estatua, estos jóvenes estaban marcando un límite al poder; estaban vindicando que sus propias vidas les pertenecían y que preferían morir antes que perder su libertad.

La megalomanía del rey estalló en furia impotente al verse desafiado y no temido. Los jóvenes fueron arrojados al horno de fuego, pero Dios intervino y los protegió, lo único que el fuego quemó fueron las sogas que los ataban. No solo no se quejaron, sino que parecía que para ellos no hacía calor en el horno. El detalle de que ni uno solo de sus cabellos se había chamuscado y que ni siquiera olor de fuego tenían recalca el sarcasmo dirigido a las pretensiones arrogantes del rey. Las convicciones personales son irrenunciables, la libertad interna no está en venta porque en ella se basan las cualidades humanas de honor y dignidad. El rey tuvo que reconocer su límite, no pudo ir en contra del Dios hebreo pero tampoco en contra de la resolución firme de jóvenes decididos a pensar por sí mismos.

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