“¿Qué fuerzas me quedan para seguir esperando?… ¿Tengo acaso las fuerzas de la roca? ¿Acaso tengo piel de bronce?” Job 6.11-12
Si esperar fuera fácil, la paciencia no sería una virtud. No lo es, no es fácil esperar, por eso la paciencia se forja a fuego y martillo, la pieza resultante deberá valer tanto como el precio que se paga con el alma.
El justo Job, espero y espero para ser vindicado, redimido, comprendido, escuchado. Esperaba su resolución, el veredicto final, ya sea libertad o la muerte, ambas representaban algún tipo de victoria, un aire de ganancia. Su triste caminar merecía una meta, un punto de llegada, una respuesta, en todo caso un final.
¿Te ves así?, has esperado, has luchado, has tratado. Los cambios no llegan, todo sigue igual, y tal vez peor. Esperas una respuesta, la salida a ese matrimonio enredado, el cambio en un hijo que tortura tu corazón, la provisión que rompa las cadenas de las deudas y apague las llamadas de crueles acreedores. La sanidad que haga cesar el dolor permanente que desgasta tu alma. El ansiado propósito que le de sentido al sol de mañana, el valor que te quite de una vez por todas al gigante déspota, cruel y cínico que desafía sin misericordia.
Job bajó los brazos, estaba cansado de esperar. No tenía la fuerza de la roca, no era resistente como el pedernal, su frágil alma lucía rota, desquebrajada y mal herida. Era vulnerable, carne y hueso, piel de humano, penetrable, no contaba con la dureza del bronce, Job estaba cansado de esperar.
Así es, te cansas de esperar, me canso de esperar, la impaciencia brutalmente jalonea pensamientos, sentimientos y acciones riesgosas que se marcan en el horizonte. Hay peligro, sin paciencia queda poco tiempo para el caos.
Pero hay buenas noticias, ¿conoces el final de Job?, seguro lo conoces. Aquel justo terminó sus días mejor que al principio, mejor que antes de perderlo todo, terminó bien. Dios respondió, si, tuvo su respuesta, su paciencia le llevó al terreno de la grandeza, de la victoria, de la paz. Recibió su respuesta, llegó al final y llegó bien.
Así Dios respondió a Job, así Dios te responderá a ti. Te queda esperar, porque esperar es confiar, y confiar es fe, y la fe mueve las montañas. Espera, tendrás tu respuesta, soporta porque vale la pena aguantar, sigue, cierra los ojos, alza tus manos, abre tu boca, suspira, otra vez, más profundo, suspira, y en profundo silencio grita al Creador y dile que sigues allí porque crees en Él, en sus promesas y en sus respuestas.
“…Ustedes han oído hablar de la perseverancia de Job, y han visto lo que al final le dio el Señor…” Santiago 5.11 – NVI