En la juventud creemos idealizamos una vida sin límites y reglas, pensando tal vez que esa sería una verdadera libertad. En realidad, la vida sin ningún tipo de límites es una fina desenfrenada, es decir, que no hay parámetros para bajar la velocidad o para detenernos. En la práctica, una vida de ese tipo lo que traer es mucho dolor y vergüenza, pues los límites no están para arruinarnos nuestra libertad sino para que la disfrutemos con responsabilidad. Una forma de recuperar el camino es conversar
sinceramente con nuestros padres y escuchar lo que ellos tienen que decirnos de nuestra manera de vivir. Seamos DEC con SEA.