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miércoles, abril 24, 2024

El genocidio reciente

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Los recientes hallazgos de tumbas sin identificar en terrenos de escuelas residenciales para indígenas en Canadá echan sal a una herida que se extiende desde Saskatchewan hasta la Patagonia.

En estos días son 751 las fosas descubiertas en los terrenos de la escuela residencial Marieval en la provincia canadiense de Saskatchewan. El hallazgo se suma al ocurrido el 28 de mayo pasado en Kamloops, British Columbia, donde se hallaron 215 sepulturas sin identificar en la que fuera la escuela residencia para indígenas más grande de Canadá.  Aunque, pudieran encontrarse adultos entre los sepultados, la mayoría son restos mortales de niños a partir de los 3 años de edad. Eran niños indígenas que fueron forzados a la asimilación cultural en los más de 130 internados escolares que, entre 1890 y 1997, funcionaron por todo Canadá.

A la distancia geográfica e histórica, es fácil identificar los sospechosos habituales. El gobierno canadiense como autor intelectual del crimen y las iglesia católica y otras denominaciones protestantes como autores materiales. Así podemos simplemente extender disculpas por el error pasado de “matar al indio y salvar al hombre”.

El primer ministro canadiense, Justin Trudeau ya se disculpó. El Papa Francisco ofreció su solidaridad tangencial a los canadienses y recomendó “alejarnos del modelo colonizador”.  Sin embargo, palabras e intenciones no parecen ser suficientes. Al comenzar la semana se reporta el incendio de varias iglesias católicas y protestantes en lugares remotos de Canadá. Pero antes de agarrar piedras y palos, antorchas y horcas, extendamos la complicidad en este crimen más allá de los estamentos de poder político y religioso en nuestra América.

Con frecuencia, la conversación popular sobre “el modelo colonizador”, a la que se refiere el Papa, subraya el bien documentado genocidio y subyugación original de los invasores europeos y sus iglesias. En otra ocasiones, la responsabilidad sobre la violencia y subyugación del indígena recae sobre recientes gobiernos de ideologías reaccionarias.

Poco, sin embargo, se habla de la propuesta decimonónica de naciones-estado donde el indígena estorbaba. De hecho, la creación de nuestros países en el continentes, con sus flamantes y gloriosas historias de independencia a la europea, presuponen la eliminación de cualquier obstáculo para el desarrollo nacional y la integración política, económica, social y cultural de la nueva nación. El indígena era uno de sus más grandes obstáculos.

Simón Bolívar, por ejemplo, consideraba al indígena “más ignorantes que la raza vil de los españoles” y su legado parece perpetuarse hasta ahora con los crímenes del Cauca colombiano y el sur venezolano. Al Benemérito de las Américas, Benito Juárez, se le reconoce su ascendencia indígena y, ¿cuántos otros presidentes indígenas ha habido en México, un país en el que ser un “indio”, si somos honestos, es una forma de insulto? Casi la mitad los Guatemaltecos (42%) son indígenas y sin embargo continúan por esclarecerse 626 masacres en la región petrolera del Triángulo Ixil, en la década de 1980 donde, entre las víctimas desaparecidas, pudieran encontrarse unos 5.000 niños. Más al sur del continente, algunos incluso se jactan a boca llena de poseer esplendorosas sociedades europeas sin indígenas, gracias al “genocidio invisible” del Chaco y la Patagonia.

No, no es la Iglesia Católica, ni los más recientes gobierno facistoides, o marxistoides, los únicos culpables del genocidio indígena. Tampoco los son los desaparecidos imperios coloniales de la vieja Europa. Desafortunadamente, la realidad mucho más cercana, incómoda y difícil de digerir para nuestra sociedad latinoamericana contemporánea. A fin de cuentas, nuestros países continúan operando bajo los presupuestos económicos y sociales donde los indígenas siguen siendo un obstáculo.

Las comunidades indígenas en el continente continuarán oponiéndose a los gaseoductos que violen sus tierras sagradas, al uso de transgénicos en sus cultivos tradicionales, a la explotación industrial de los recursos naturales que acaben con su hábitat, a aprender solo español en sus escuelas, a abandonar sus creencias ancestrales.

El resto de nosotros, desde Canadá hasta Argentina, ¿continuaremos aferrados a ideas fallidas de identidad y prosperidad nacional que los excluyen? Algo que deberíamos responder pronto, o por lo menos antes de cantar la próxima vez el himno nacional o recitar lealtad a la bandera.

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