Lucas 10:39-40 “Y ella tenía una hermana que se llamaba María, que sentada a los pies del Señor, escuchaba su palabra. Pero Marta se preocupaba con todos los preparativos…”
“Venga al Altar y acepte a Jesucristo como su Salvador personal. Hable con él y dígale que le perdone sus pecados y usted inmediatamente pasará a formar parte de los hijos de Dios. Sus pecados serán borrados de su pasado, usted es una nueva criatura”. Los diáconos están a la espera de los que pasan a aceptar al Señor para darles instrucciones y un separador de Biblia como regalo. Los llevan a un cuartito en donde les explican los pasos a dar para lograr la salvación y el perdón de sus pecados. Ahora que usted es salvo, tiene que bautizarse, así que anotan su nombre en una libreta y le esperamos el domingo tal a tales horas para que baje a las aguas bautismales.
Ese Domingo, después del bautismo, el mismo diácono le está esperando con su toalla y lo vuelve a llevar a otro cuartito para explicarle el paso a seguir: Sirva al Señor. Acompañe al ministerio de ganar almas todos los domingos, anotaré su nombre para que nos juntemos en la puerta número tal para ir a los barrios de tal departamento a repartir tratados y ganar personas para Cristo. Porque el que gana almas es sabio.
Después de un tiempo desarrollando ese “ministerio”, el mismo diácono que ahora es su maestro, le invita para que suba de nivel en el servicio al Señor: Le anota para que decida en que ministerio quiere servir a Dios. Si quiere ir a las cárceles a visitar presos, si quiere ir a repartir pan con café a los pobres que duermen bajo los puentes de la ciudad, si quiere ir al hospital a orar por los enfermos o convertirse en limpiador de carros para los líderes de la iglesia. También está el “ministerio” de fut bol por si le gusta el deporte. Le cuenta que la iglesia tiene un seminario teológico y que si le gustaría estudiar teología para que algún día pueda ser pastor de una gran iglesia.
Después de varios años de este trajín que no para, le dicen que tiene que ser un servidor a todo motor. Que debe servir en los seis servicios de la iglesia dando bienvenida, repartiendo tratados o separadores, llevando los premios a quienes los ganan en las rifas, o vestirse de negro con un audífono en los oídos y pararse firme bajo el altar para que esté allí, sin hacer nada pero haciendo “algo”.
¡Ufff! Ya se ganó la salvación.
Pero hay un pequeñísimo problema en todo esto: Nunca le enseñaron a sentarse a escuchar la Palabra de Dios. Por lo tanto, sus hábitos, sus costumbres feas, sus vicios, su mala costumbre de insultar a su esposa, de ofender a su suegra, de tomarse sus tragos el fin de semana, sus programas pornográficos en la televisión a media noche, sus insultos con que trata a sus hijos, la lujuria de sus ojos y las palabras soeces que acostumbra decir siguen intactos. Nunca cambió nada. Después de varios años de estar “sirviendo” a la iglesia como si fuera al Señor, este pobre hombre nunca conoció a Jesus. Y nunca lo conoció porque nunca le enseñaron la sana Doctrina. Nunca lo dejaron sentarse a escuchar los sermones. Nunca le enseñaron a estudiar la Palabra por cuenta propia. Nunca lo disipularon.
Todo fue, desde el principio, servir, servir y servir.
Eso le sucedió a una hermanita hace muchos años. Se llamaba Marta. Era hermana de María, y ambas hermanas de Lázaro.
La hermana Marta fue mal enseñada desde el principio de su conversión: Cuando Jesus llegaba a su casa en Betania, corría a hacerle su comida, a poner la olla con agua al fuego, cortar verduras, preparar la masa para las tortillas, cortar limones para hacerle su limonada al Señor, degollar una gallina y prepararla para agradar a Jesus.
Pero María no. María se ocupaba por sentarse a los Pies de Jesus y se embelesaba escuchando su Palabra. Quedaba arrobada con cada sílaba, con cada ejemplo, con cada frase que salía de los labios del maestro. A María le enseñaron que después de conocer a Jesus y de bautizarse, lo más importante era escuchar y aprender cómo vivir el Evangelio del Reino de Dios. Que el servicio, sin dejar de ser importante, lo verdaderamente importante era sentarse un buen tiempo a ser enseñada en los principios espirituales del Reino. El servicio vendría después como resultado de haber sido enseñada en los misterios del Señor.
A Marta le enseñaron a ser una “buena” servidora. A María le enseñaron a aprender como viven los discípulos de Jesus. A Marta le enseñaron a servir al Señor. A María le enseñaron a amar al Señor.
¿Y usted?