Jueces 2:10 “Y toda aquella generación también fue reunida a sus padres. Y se levantó después de ellos otra generación que no conocía a Jehová, ni la obra que él había hecho por Israel”
Sí, ellos dicen que aman a sus hijos. Y quizá sea cierto, pero no los aman lo suficiente como para dejarles un legado que les ayude en el desarrollo de sus vidas futuras. Los aman porque les dan dinero, los juegos de última generación y todas las comodidades del mundo moderno.
Pero no los aman en lo espiritual. Porque no les enseñan ni les traspasan el amor a Dios. No los instruyen en la Palabra ni les enseñan a humillarse ante su Poderosa Mano. En consecuencia, la generación de hoy, la que está creciendo en nuestras iglesias ya no conocen como acercarse al Señor con humildad y respeto. Dan todo por hecho. Han crecido creyendo que Dios tiene la obligación de darles todo lo que quieran como hicieron sus padres terrenales.
Y allí está la quiebra moral y espiritual de nuestros tiempos.
La Iglesia está perdiendo a esta generación actual. Son los jóvenes que ya no pasan al Altar a orar, no se humillan pidiendo perdón, no derraman sus lágrimas ante la Presencia Divina, no conocen el significado de “buenos días” ni “gracias”. Es la generación que cree que todo lo merece porque sus padres los consintieron tanto que nunca les costó aprender a ganarse el pan de su mesa.
La Iglesia está perdiendo a esta generación actual. Son los jóvenes millenials que están llenos de orgullo, de prepotencia, de soberbia y desafiantes en su forma de vestir, de cortarse el cabello, de hacerse sus tatuajes sin que teman ofender a la generación que está pasando que son sus padres y abuelos.
La Iglesia está perdiendo a esta generación actual. Son las señoritas que se tatúan su cuerpo que debiera ser Templo del Espíritu Santo, son las señoritas que no conocen la moral ni las buenas costumbres de como debe conducirse una verdadera hija de Dios o una dama que se hace respetar. Son las niñas bien, las que no saben utilizar un cuchillo de cocina ni de mesa porque sus madres no las enseñaron a ser amas de casa sino profesionales de oficina, lo cual no está mal, pero cuando se casan no saben administrar un hogar.
La Iglesia está perdiendo a esta generación actual. Son los jóvenes que no conocen las obras que el Señor hizo en sus casas cuando eran niños, no vieron llorar a sus padres cuando no había pan en la mesa, o cuando tuvieron que quedarse sin lo de la camioneta por comprarles zapatos o ropa o sus útiles, no sufrieron los momentos en que la fiebre les atacó, no vieron a sus madres llorar de angustia cuando les dio el sarampión ni la varicela.
Hoy, esa generación se nos está perdiendo porque no tienen identidad cristiana. Si, les gusta su música, disfrutan sus instrumentos musicales, son excelentes tecladistas y cantantes que para disfrazar su mundanalidad se autonombran “salmistas” que de eso no tienen nada porque al poco tiempo se les ve disfrutando los aplausos, fotos y autógrafos que la gente les pide.
¿En donde se perdió la estafeta entonces? Los padres ya no les pasaron ese artilugio deportivo a sus hijos. Ya no los enseñaron a dar gracias al Señor, no les enseñaron a servir al Dios que los ha sustentado, ya no pasaron al Altar con ellos para que aprendieran a hacerlo cuando crecieran, ya no les enseñaron a saludar a los mayores ni a las autoridades de la Iglesia.
Los padres dejaron de cumplir su obligación de enseñar a sus hijos la consagración al Señor para que éstos a su vez, se lo enseñen a sus hijos. Tristemente, los padres de esta generación, cuando sean abuelos, no disfrutarán del amor y el respeto de sus nietos. Si, les buscarán pero para que les den cosas materiales porque crecerán creyendo que las cosas materiales son lo primero antes que el respeto y el amor. La mala educación, el desdén con que se tratan ellos mismos, la forma en que le hablan a sus esposas es síntoma de un mal trabajo que la generación pasada enseñó a la generación que hoy tenemos en la Iglesia.
Me pregunto: ¿Que clase de pastores tendrá la Iglesia del próximo siglo? ¿Qué clase de esposas tendrán los jóvenes de esta generación que ante nuestros propios ojos se está perdiendo? Y, al decir que se está perdiendo no es que estén en el mundo, el problema es que viven en dos mundos: Un pie en el Evangelio y el otro en el mundo.
Son ustedes, los padres de esta generación quienes le están fallando al Dios que tanto los ha bendecido. Pidieron un hijo. Dios se los dio, pero ahora ese hijo no honra al Dios que lo proveyó.