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jueves, abril 25, 2024

Qué entra… Qué sale

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Imaginemos que alguien entra con fuertes dolores a la sala de un hospital. Público o privado. Después de un largo tiempo de exámenes, visitas de los médicos, chequeos, gastar una buena cantidad de dinero en el cuarto donde lo han tenido internado, le han auscultado a más no poder y después de tanto tiempo, el médico le dice que el paciente está listo para irse a su casa. 

Que no tema, no pasa nada. ¿El dolor que lo trajo? Aún sigue allí pero que las radiografías no muestran nada, ni los exámenes dan ninguna pista. Posiblemente tenga que acostumbrarse a vivir con ese dolor. Pague en la caja y adiós. Que le vaya bien.

¿Suena lógico?

Creo que no. Pero sucede. 

Bueno, no solo sucede en los hospitales, también en algunas iglesias. Años de estudiar la conducta de los evangélicos me ha llevado a la conclusión de que muchas personas entran a los templos a aceptar al Señor Jesus como su Salvador personal. Los incluyen en sus listas de pacientes espirituales y les empiezan a hacer una serie de exámenes para saber de qué tienen necesidad. Pero al no encontrar ninguna razón de su enfermedad, les ponen a servir, a “ganar almas” y les ponen alguna ocupación para mantenerlos todo el día encerrados en sus clínicas sin poder recibir la sanidad que necesitan. Porque el mismo líder no sabe lo que sus pacientes necesitan. Entonces, en vez de buscar como sanarlos y cambiar sus paradigmas, les dan privilegios para que anestesien sus emociones y conductas erróneas de manera que nunca hay un cambio radical en sus vidas.

Cuando salen de sus lugares de reunión y llegan a sus cuadras donde viven, sus vecinos no ven ninguna mejoría en sus vidas. Los siguen viendo tan enfermos como al principio y no son invitados a visitar el lugar en donde esas personas dicen que encontraron al Señor. 

Porque no son las palabras las que convencen hoy a los incrédulos. Son los hechos. Quizá por eso el Doctor Lucas escribió no las palabras de los apóstoles sino los Hechos de ellos. Porque los enfermos no pueden sanar otros enfermos.

La iglesia se ha vuelto un lugar de reunión social, en donde muchos llegan a buscar novia, a buscar aventuras sexuales, a buscar quién les preste dinero, menos al Señor y Dueño de la Iglesia. 

Muchos entran enfermos y después de varios años siguen enfermos. No hay cambios verdaderos en muchos evangélicos y eso ha ido en detrimento del Evangelio de Jesucristo porque son malos embajadores, malos ejemplos y malos referentes de lo que dice la Palabra del Señor.

¿Que ha sucedido entonces? Escuché un ejemplo muy ad hoc a lo que estoy escribiendo: Un señor tuvo la idea de poner una venta de bebidas y jugos naturales. Buscaba darle a sus futuros clientes bebidas que fueran de beneficio para su salud. Al poco tiempo, vio que no llegaban muchos clientes. Su negocio iba de mal en peor. 

Un día se le ocurrió ponerle a los jugos naturales un poco de azúcar y crema batida. Inmediatamente los clientes empezaron a llegar. Luego agregó otros saborizantes y más productos químicos. La gente empezó a engordar y a llenar su negocio. Las ventas se dispararon y tuvo que agrandar su local para darle abasto a la demanda.

La visión que tuvo al principio se diluyó porque las personas a las que él buscaba beneficiar no aceptaron sus bebidas nutricionales y buenas para su salud. Terminó siendo un negocio más del montón. Sí, llenaba su negocio de clientes pero nunca pudo desarrollar lo que tanto había deseado: Alimentar a su clientela.

La Iglesia es ese negocio. Ha diluido tanto el mensaje que las personas que llegan a sus templos están bien gordos de digerir alimentos nocivos para su alma y su espíritu. Y, entran a sus templos y después de tantos años salen exactamente como entraron: sin ningún cambio en sus vidas. Sin ningún impacto en sus almas. Sin ninguna expectativa de mejoría en sus conductas. 

Amén.

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