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sábado, abril 20, 2024

¿Qué hay en su canasto?

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Juan 6:9 “Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes de cebada y dos pescados; pero ¿qué es esto para tantos?”

Bueno, la historia que precede a estas frases es apasionante desde varios puntos. Alrededor de Jesus hay una gran multitud de personas escuchando su mensaje. Han pasado varios días arrobados por la Palabra que el Señor les ha hablado. No han comido nada durante varios días y tienen hambre.

Los discípulos se dan cuenta de eso y van con Jesus para decirle que qué piensa hacer para alimentarlos. Son muchos. Tienen poco dinero que no alcanzaría para comprar suficiente pan. Uno de ellos hace un comentario que demuestra la poca fe que tienen en sus recursos. Otros solo se quedan viendo a ver que pasa.

En alguna ocasión, hace algunos años, en mi congregación pasamos por una estación de sequía financiera. Teníamos un departamento de contabilidad que se encargaba de hacer los pagos que el edificio exigía: Renta, luz, agua y otros servicios.

Desde nuestra fundación de nuestra congregación les hemos enseñado a todos los que tienen la bondad de congregarse con nosotros, que la fe es indispensable para una vida cristiana sana. Sin fe nadie podrá agradar al Señor. La fe en las promesas de Dios ha sido nuestro bastión desde que nacimos como congregación.  Y así seguimos viviendo: por fe y no por vista.

De manera que aquellos tiempos fueron de mucha enseñanza y experiencia para nuestra fe. Lo que nunca olvido era la actitud de algunos encargados de la contabilidad pues cada fin de mes, después de cerrar las cuentas y hacer los apartados para cancelar los gastos obligados, con mucha tristeza escuchaba a los encargados cuando llegaban a mi oficina el último día del mes para decirme con claras palabras: “Pastor, ya se apartaron todos los pagos de la Iglesia, solo que para usted no alcanzó. Este mes tampoco recibirá salario”.  Lógicamente, como el pastor de aquellas personas recibía sus palabras con paciencia, con comprensión pero también con un poco de tristeza. 

Tristeza porque se les había enseñado a accionar la fe. Tristeza y dolor porque no habían alcanzado el nivel de fe que necesita todo servidor del Reino. Como encargados de llevar las cuentas ellos debían haber tenido gestos de compasión y misericordia hacia su pastor, reunir quizá de sus propios bolsillo algunas ofrendas de amor para no hacer sentir a su pastor que no valía nada, que no era merecedor de un salario y que otra vez, durante ya no recuerdo cuantos meses, se quedaba sin su salario.

Claro, debo advertir que aunque no alcanzaba para mi, el Señor nunca nos dejó a mi esposa y a mí sin sustento. Siempre el Señor fue nuestro Sustentador y Proveedor y quizá fue la mejor época de nuestro ministerio en que vimos milagros financieros de gran envergadura. 

Los hermanos encargados de aquel departamento en aquella oportunidad, nunca más tuvieron privilegios en nuestra Iglesia. El Señor nunca más nos hizo sentir a mi esposa y a mi que les pusiéramos en otros departamentos para que sirvieran. Lógico: Si en lo poco no eres fiel, no esperes que te pongan más alto. 

¿Qué sucedió aquella famosa mañana cuando los “encargados de la contabilidad” del ministerio de Jesus llegaron a decirle casi lo mismo? No hay pan para la gente. Lo que tenemos no alcanza. Pero hay un niño que tiene cinco panes y dos pescados.  Y está dispuesto a darlos para que tú hagas el milagro. Creo que Jesus se sintió triste, abatido, desanimado y quizá hasta defraudado por la actitud de sus ayudantes. No tuvieron la fe de orar por aquellos “cinco panes y los dos pescados” para alimentar al pueblo. Eso les había enseñado Jesus pero ellos no habían crecido nada en su fe. No habían hecho el esfuerzo de hacer lo que se les había instruido por tanto tiempo. Estuvieron a punto de dejar con “hambre” a sus hermanos. Pero Jesus salió al rescate. Jesus sí hizo lo que los contadores no pudieron o no quisieron hacer. 

En aquel canasto de aquel niño estaba la oportunidad de hacer un milagro pero los muchachos no lo vieron así. Ellos solo vieron la escaces. Jesus vio la oportunidad. Y, -bendito sea su Nombre-, no desperdició la oportunidad. Hizo lo que solo Él sabe hacer: Proveer.

Con este escrito recordé aquellos episodios de cada mes en que aprendí a no depender de nadie, por muy profesional que sea y por muchos títulos rampantes pueda tener. Si no tiene fe en el Poder de Dios de nada le sirven sus cartones. Y por supuesto, como se dice, eché pan en mi matate. Ahora puedo decirle a Jesus: En mi canasto hay suficiente para que tú hagas el milagro que se necesita. Pero hay que ser niño para permitirlo. Niño en la fe.

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