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sábado, abril 20, 2024

Quitando paradigmas

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2 Samuel 6:20 “Pero al regresar David para bendecir su casa, Mical, hija de Saúl, salió al encuentro de David, y le dijo: ¡Cómo se ha distinguido hoy el rey de Israel! Se descubrió hoy ante los ojos de las criadas de sus siervos, como se descubriría sin decoro un insensato”

¿Que fue lo que enojó tanto a Mical la vez que David entró a la ciudad danzando? ¿Por qué se sintió tan ofendida por un acto de adoración?

Bueno, primero veamos lo que no se ve a simple vista:

David es el rey de Israel. Después de varias vicisitudes de batallas, guerras y conquistas, decide llevar el Arca de la Presencia de Dios a su ciudad. No se siente bien que el Arca esté en casa ajena cuando debe estar en la Ciudad que Dios escogió para habitar. Así que decide ir con un buen grupo de soldados, generales y sacerdotes para llevar el Mueble santo al lugar que le pertenece: Su palacio.

Porque los Reyes viven en palacios y no en chozas de plebeyos.

Así que dice la Escritura que David va entre los que disfrutan del desfile. De pronto, algo le sucede a este valiente guerrero y ahora adorador, que empieza a danzar al ritmo de los shofar que los sacerdotes están tocando. La danza se hace tan fuerte y tan violenta que sus ropas reales salen volando por los aires, el calor del día lo agobia y decide quitarse su corona y empieza una danza a cuerpo completo.

Se queda solamente en su ropa interior.  Sus soldados y oficiales quizá lo imitan y todo se vuelve un culto de adoración en plena calle.

La gente que veía el desfile también empieza a mover rítmicamente los pies para seguir la cadencia de las notas y la fiesta se traslada a los asistentes.

Todos están danzando alegres, todos, menos su esposa.

Cuando David llega a su casa lleno de sudor, polvo y el pelo revuelto, ella lo recibe con reproches. Lo humilla y lo rebaja con sus palabras hirientes. David solo responde que él ha hecho su danza delante de Dios y no de ella. Así que Dios zanja el asunto entre Él y Mical.

Pero puede haber algo escondido aún en este relato.

¿Quien no quiere estar cerca del rey David cuando éste sale a la calle? ¿Que niños no querrían tocarlo, verlo de cerca y sentir su presencia cerca de ellos?  Es indudable que cuando el rey sale a las calles de su ciudad, la gente que lo ama, lo respeta y lo admira querrá verlo de cerca y sin guardias ni seguridad que los prive de tal privilegio.

Pienso entonces que cuando David lleva el Arca, cuando él va en medio de sus oficiales y sacerdotes se da cuenta que la gente lo empieza a admirar a él. Que los ojos de todos están puestos en su corona, en su ropaje real, en su vestimenta elegante que demuestra su realeza, y toma una decisión:

Empieza a danzar provocando que su ropa salga volando y se queda solo con su ropa interior para demostrar algo: Miren el  Arca, vean la Presencia de Dios y no la mía. Observen al Señor que nos hizo y nos creó para su Gloria. Si me ven a mí, dense cuenta que soy hombre igual que ustedes, que tengo los mismos músculos, brazos y piernas como ustedes. No tengo nada especial que ustedes puedan ver en mi. Vean al Señor del Cielo.

¿De que se trata todo esto? Humildad suprema. Humildad a toda prueba. David no quiere que lo admiren a él, solo busca que admiren al Señor de señores, al Rey de reyes. Y si para lograr eso hay que desvestirse de todo su oropel, su corona de oro, sus ropajes reales, pues hay que hacerlo.

Si para que el pueblo admire la Gloria de Dios a través de ver el Arca él tiene que desvestirse delante de todos, como dijo Mical, pues no importa. Que lo vean tal cual él es y que su ropa real no significa nada delante del Dios que él adora.

Buen ejemplo, ¿no creen pastores que lucen sus títulos, sus diplomas y que anteponen a su nombre  iniciales que indican sus estudios?  Bueno, eso es lo que pienso.

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