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jueves, marzo 28, 2024

Dos oraciones, dos tiempos…

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Daniel 9:21-22 “…todavía estaba yo hablando en oración, cuando Gabriel, el hombre a quien había visto en la visión al principio, se me acercó, estando yo muy cansado, como a la hora de la ofrenda de la tarde. Me instruyó, habló conmigo y dijo: Daniel, he salido ahora para darte sabiduría y entendimiento”

Daniel 10:12-13 “Entonces me dijo: No temas, Daniel, porque desde el primer día en que te propusiste en tu corazón entender y humillarte delante de tu Dios, fueron oídas tus palabras, y a causa de tus palabras he venido. Mas el príncipe del reino de Persia se me opuso por veintiún días, pero he aquí, Miguel, uno de los primeros príncipes, vino en mi ayuda, ya que yo había sido dejado allí con los reyes de Persia”

Tenemos dos tiempos. No se trata del Eclesiastés, sino de los tiempos del Señor para responder.  A veces nosotros los cristianos queremos respuestas rápidas, sin tomar en cuenta ciertos factores que interfieren en nuestras oraciones y sus respuestas.

Sabemos que el Señor siempre responde. Eso es algo que a mi en lo personal, me ha costado mucho tiempo y esfuerzo entenderlo. No siempre la fe es una virtud de nosotros los pastores. También nosotros pasamos crisis de fe, crisis de identidad y crisis de los cuarenta. No somos en nada diferentes del resto de los hombres.

También, como Elías, nosotros tenemos nuestros bajones. Nos escondemos en nuestras cuevas, en donde no queremos que nadie nos hable, que no nos interrumpan en el silencio que buscamos para descansar de nuestros ajetreos ministeriales.  Algunos se deprimen al grado de no querer seguir en el ministerio que el Señor les ha dado, otros se van por la borda y tiran todo y a todos porque la presión es tanta que no soportan por mucho tiempo los avatares del trabajo en la obra.

Y no somos los únicos. Cuando leemos la Biblia con ojos nuevos nos damos cuenta que muchos profetas vivieron lo mismo. Profetas del calibre de Isaías, Jeremías y Nahum por ejemplo, nos muestras en toda su crudeza la debilidad de la carne a pesar que fueron hombres que Dios escogió para hablar con ellos y mostrarles su llamado.  Moisés pidió mejor la muerte y no seguir guiando al pueblo de Dios por el desierto.  Lo cansaron con tanto reclamo y le hicieron sentir inútil porque no había agua para beber o pan para comer.  Sin mencionar la crítica de sus propios hermanos María y Aarón cuando hablaron mal de su matrimonio con su esposa cusita.

Y qué decir de Pablo. Cuántas veces y cuanto tiempo estuvo orando para que el Señor le quitara un aguijón que lo intranquilizaba,  que lo inutilizaba y lo hacía sentir el más miserable de los hombres, sin embargo Dios, en su infinito amor, nunca le suspendió su llamado a ser el Apóstol a los gentiles y ser el autor de la doctrina del Nuevo Testamento.

Daniel es el objeto de mi escrito para que podamos ver que hizo dos oraciones.  Una le fue contestada inmediatamente que la estaba haciendo.  Veamos lo que dice la Escritura: “todavía estaba yo hablando en oración, cuando Gabriel…” Veamos que para Daniel no fue ningún problema orar y esperar por mucho tiempo que la respuesta le llegara. ¿Cuantos de nosotros quisiéramos ser como Daniel en este momento? ¿Que tal si apenas empezamos una oración pidiendo provisión, solución a algún problema, sanidad instantánea de algún problema de salud? ¿Que tal si el Señor hiciera con nosotros lo que hizo con Daniel que apenas estaba empezando su petición cuando el mensajero del Cielo, Gabriel, ya estaba haciéndose presente con la respuesta.

Sería maravilloso, ¿no creen?

Pero las cosas no siempre funcionan así.  Sin duda, Daniel, como cualquiera de nosotros, esta seguro que cuando hacía una oración la respuesta le llegaba ipso facto.

No. No siempre fue así. No nos acostumbremos a que las respuestas nos lleguen tan rápido como quisiéramos.  A Daniel le sucedió lo mismo que a nosotros en muchas ocasiones, porque en la segunda oración que hizo, ya las cosas no sucedieron igual. Nuevamente revisemos la Escritura: “Mas el príncipe del reino de Persia se me opuso por veintiún días…” ¿Veintiún días sin respuesta? Nosotros sabemos lo que Gabriel, el mensajero de Dios está viviendo en esas tres semanas en los ámbitos celestiales, pero Daniel no está en esa dimensión ni está leyendo su propio libro. No, Daniel está -igual que nosotros-, en el ámbito terrenal y solo sabe que lleva dos semanas orando y ayunando por una respuesta y ésta no le llega.

¿Qué pensaría Daniel acerca de las respuestas de Dios, si en la primera oración la respuesta le llegó al mismo momento de hacerla y ahora Dios “se ha tardado su tiempo en responder”?

No nos engañemos queridos lectores. Porque el mismo ángel le explica: “Desde que hiciste la oración se me ordenó traerte la respuesta, pero el príncipe o demonio que cubre Persia se me opuso para que no te la trajera…” Veintiún días esperando, esperando y esperando. Si Daniel era como yo, quizá llegó un momento en que estuvo a punto de abandonar la fe y la confianza en su Dios. Pero había una razón de peso: Satanás no quería que Daniel recibiera su respuesta. Lo mismo aplica para mí que para usted. Si su oración aún no ha sido contestada no es porque Dios no la haya respondido: Alguien se está interponiendo entre usted y su respuesta. ¿Quien es ese atrevido? El mismo diablo que estorbó a Gabriel en el camino a Daniel, es el mismo que se está interponiendo en sus oraciones y respuesta. ¿Solución? Ahora que ya lo sabe solo hay una: Reprenda ese estorbo en el Nombre de Jesus y dele gracias al Señor por su respuesta. Pero no deje de creer. El Señor lo dijo: Clama a Mi y yo responderé.

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