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martes, abril 16, 2024

Saúl y su encargo

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1 Sam.  9:5 “Cuando llegaron a la tierra de Zuf, Saúl dijo al criado que estaba con él: Ven, regresemos, no sea que mi padre deje de preocuparse por las asnas y se angustie por nosotros”

Hay cristianos que nunca alcanzan sus metas.  Nunca terminan de lograr sus sueños.  Empiezan algo y a medio camino abandonan su visión. Son nubes sin agua que van de un lado a otro buscando siempre algo sin saber qué.

Son cristianos mediocres que no tienen una clara visión de lo que son o de lo que deben ser. Son los hombres y mujeres que hoy prueban una cosa y mañana otra. No tienen un camino bien definido de lo que desean ser o hacer.

Fueron diseñados por Dios para lograr grandes metas pero por su poco interés en lograr llegar a su destino abortan fácilmente  sus planes. Y luego, cínicamente, le echan la culpa a Dios porque no les responde, no les envía sus respuestas que desean y se quedan postrados con las manos vacías en medio de aquellos que triunfan, que dejan huella a su paso, que dejan paradigmas y ejemplos dignos de ser imitados.

Son los cristianos que esperan que todo les baje del cielo, y, al contrario de lo que cantó Napoleón, nunca toman su piocha y se ponen a trabajar. Son imitadores de los israelitas del desierto que pidieron pan a Moisés y cuando Dios les respondió, ya no querían salir a recogerlo y se les engusanó porque se negaron a ser diligentes en obedecer, en cumplir las reglas que el Señor les había indicado.

Son los hombres que van a la iglesia del Señor cada domingo, pero de lunes a sábado salen al mundo a vivir como los del mundo. Se olvidan de los mandamientos, de las instrucciones de la Palabra y se quedan vegetando para siempre entre dos pensamientos. El domingo cantan coros pero el resto de la semana le cantan al mundo. Son los que empiezan un matrimonio pero cuando vienen las adversidades abortan sus proyectos familiares y abandonan a sus esposas e hijos para volver a vivir bajo la protección de sus padres.

Estas personas son imitadoras de Saúl.

Saúl había nacido para grandes cosas. Él no lo sabía, pero Dios ya había ordenado a Samuel que lo ungiera para que fuera el primer rey de Israel. Que subiera a Gilgal para encontrarlo a él y su siervo que andaban buscando unas asnas que se le habían perdido a su padre Cis. La Escritura lo detalla así: “1 Samuel 9:2 (LBLA) Y tenía un hijo que se llamaba Saúl, favorecido y hermoso. No había otro más hermoso que él entre los hijos de Israel; de los hombros arriba sobrepasaba a cualquiera del pueblo”  Vemos que Saúl era un hombre de apariencia extraordinaria. Bueno, no hay que agregar nada a lo que nos dicen los escritores.

Pero tenía un pequeño y gran problema dentro de su corazón: Era un mediocre. Por fuera Saúl era hermoso.  Por dentro era acomplejado. Por fuera era un hombre de singular altura, pero por dentro se sentía una cucaracha. Su apariencia exterior era digna de ser observada, sin duda muchas mujeres lo admiraban por su belleza, pero por dentro Saúl se creía insignificante.

Exactamente como muchos de nosotros. Si no arreglamos nuestra autoestima escuchando lo que dice el Señor de nosotros, seguiremos creyendo lo que dicen nuestra emociones. “Yo no sirvo para eso”. “Yo no nací para esas cosas”. “No fui estudiado”. “Nunca fui a la escuela”. “No pude ir a la Universidad” “Yo no nací para casarme y tener hijos”.

Y, como Saúl, a medio camino abandonan la búsqueda de sus asnas. ¿Que son las asnas para muchos? Sus planes, sus sueños, sus proyectos, lo que Dios les dijo que buscaran, lo que el Señor les indicó que encontraran para su propio beneficio. Se conforman con un titulito que lograron sacar hace muchos años y se quedaron a medio camino de lograr otros estudios, otras metas, un Diplomado, una Maestría, un Doctorado o algo más para poder escalar las gradas que llevan a cumplir los Sueños de Dios para ellos.  Pero debido a su inmadurez, debido a que no tienen la suficiente fortaleza que la Palabra de Dios nos imparte, viven creyendo que no merecen ser ungidos para hacer grandes cosas.

Hay mucho más que aprender de Saúl, pero basta este otro botón de muestra de su mediocridad:  Era un pobre. No tenía ni un centavo en su mano. Cuando el siervo le dice que vayan a preguntar al Profeta por las asnas, Saúl le dice: “1 Samuel 9:7-8 (LBLA) Entonces Saúl dijo a su criado: Pero he aquí, si vamos, ¿qué le llevaremos al hombre? Porque el pan de nuestras alforjas se ha acabado y no hay presente para llevar al hombre de Dios. ¿Qué tenemos? Y el criado volvió a responder a Saúl, y dijo: He aquí, tengo en mi mano la cuarta parte de un siclo de plata; se lo daré al hombre de Dios, y él nos indicará nuestro camino”.

¿Quien tenía el dinero suficiente para ofrendar al Profeta? No era el hermoso y gallardo mediocre de Saúl. Fue su criado. Fue su sirviente quien tenía los recursos para presentar un regalo o una ofrenda al siervo del Señor.

Es una vergüenza que muchos cristianos que han sido llamados por Dios para vivir en un nivel de grandeza se conformen con lo menos. No estoy hablando de grandeza humana, estoy pensando en la grandeza de carácter, grandeza de estilo de vida, grandeza de humildad, de servicio, de empatía, de compartir lo que Dios nos ha enviado a buscar: Hacer su Voluntad.

¿Qué ha pasado con sus “asnas”, queridos hermanos?

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