Bonita y a la vez enigmática la frase de este encabezado. Le pertenece a la periodista María Ressa, que es cofundadora del sitio noticioso Rappler, fue elogiada por el comité por «usar la libertad de expresión para «denunciar el abuso de poder, el uso de violencia y el creciente autoritarismo en su país de origen, Filipinas».
Lo del comité, es aquel que recomendó le fuera otorgado el Premio Nobel de la Paz 2021 a ella y al periodista ruso Dmitry Muratov, cofundador del diario independiente Novaya Gazeta, quien durante décadas ha defendido la libertad de expresión en Rusia bajo crecientes condiciones adversas.
Novaya Gazeta informa de manera regular sobre las acusaciones de corrupción y abuso oficiales en Rusia. Seis de sus reporteros han sido asesinados, incluyendo Anna Politkovskaya.
¿Premio de la Paz a periodistas? ¿No suena eso como una especie de ironía cuando estos galardonados prácticamente han incendiado los espacios de opinión publica con sus denuncias?
Es que los mensajeros no siempre escriben o reportan aquellas cosas que queremos oír. Su misión es decir lo que investigan o lo que comprueban y que no se pueden ocultar.
Pero Maria Ressa lo dice con palabras que son muy grandes para digerirlas en una rápida lectura. Habla de hechos, que deben tener una parte de verdad y que deben generar confianza. Pero, y, la cuestión está ahí: ¿Quién cree hoy en día a las declaraciones complicadas que nos entregan empresas, gobiernos, religiones y organizaciones que pretenden buscar nuestro bienestar o beneficio? ¿Y como podemos creer si muchas de las instituciones mencionadas antes y otrora muy respetadas, ahora han caído en descredito ante una especie de epidemia de corrupción que parece ser una carta de presentación?
Sí, hay que tener una cuota de valentía para exponer la vida y que el millonario premio Nobel concedido no les va a garantizar un día de vida si los que tienen poder deciden ir contra ellos.
Es posible que el público que lee y sigue a estos periodistas no lo sepa, pero ya ha habido mensajeros en la historia que tenían la misión de decir y anunciar hechos que tenía la verdad como credencial y lo cual generaba confianza.
Pero la generación a la que iba dedicada tal verdad decidió no creer y en muchos casos castigaron a los mensajeros con el rechazo y a veces con la persecución a muerte de los tales portadores de buenas noticias.
Porque la incredulidad está atada al corazón de hombres y mujeres que se debaten con su propia incertidumbre ante la brevedad y las necesidades que plantea la vida.
La cuestión es si podremos liberarnos del cinismo ya la malicia con la que recibimos cualquier noticia. Y si podremos liberarnos de la duda que muchas veces es más poderosa que la razón. Es que los hechos que conocemos a veces están manchados con la etiqueta de la maldad y la injusticia.
Razón tenía aquel que comparó su generación con aquellos niños que viven en esta época, que se sientan a jugar en las plazas y les gritan a otros niños: “Tocamos la flauta, pero ustedes no bailaron. Cantamos canciones tristes, pero ustedes no lloraron”.
Es indudable que la verdad debe abrazarse cuando se presenta con mensajeros que son creíbles. Porque, si no, perdemos la oportunidad de beneficiarnos de ella.
(guillermo.serrano@ideasyvoces.com)