Cuando el Pueblo de Israel se encontraba en el desierto recibieron la orden de Dios de que cada individuo donara una moneda de medio valor.
Esto tenía dos objetivos: primero, todo serviría para contar a los integrantes de Israel, debido a que está prohibido numerarlos de manera directa sin utilizar algún medio; y también serviría para comprar con ese dinero todos los sacrificios de carácter público que se acercaban al Santuario divino.
Podemos preguntar: ¿por qué Dios pidió que trajeran una moneda de medio valor y no una de un valor completo? ¿Acaso no sería más honorable donar una moneda que representa un valor completo y no sólo una de medio?
Como sabemos, todo lo que Dios nos pide tiene como finalidad formarnos, enseñarnos conceptos y transmitirnos valores para lograr el éxito en la vida. Este caso no es la excepción.
Al ordenar que se donara una moneda de medio precio, el Creador quería darnos un mensaje sumamente valioso: también las mitades son valiosas. No sólo los actos que realizamos con toda pureza y buena intención son aceptados, sino que también son valiosas para Dios las cosas que hacemos a medias o los actos que no pudimos completar.
Es por eso que muchos de nosotros los cristianos nos afanamos por hacer TODO lo que el Señor nos pide, sin darnos cuenta que somos tan débiles, tan necesitados de ayuda que nos frustramos cuando no logramos llenar ese perfil que el Señor desea de nosotros.
Nos entristece pensar que cuando le fallamos al Señor nos hundimos en la depresión y nos condenamos como pecadores empedernidos sin darnos cuenta que el Señor aprecia lo poco que podemos hacer para vivir en santidad.
No nos damos cuenta que nuestra esposa no es perfecta no porque sea pecadora sino porque su naturaleza es exactamente igual a la nuestra. Y cuando llegamos a esa conclusión, es entonces cuando podemos justificarla, comprender que nuestra otra mitad, nuestra otra moneda de medio valor esta creciendo en la Gracia del Señor, que ya no es la misma persona que conocimos en otra dimensión, que esta luchando con sus propias miserias igual que nosotros. Es cuando justificamos cuando empezamos a comprender que el valor que ella tiene ante Dios es el mismo que tengo yo.
Cuando nuestros hijos no hacen lo que deben sino que su propia naturaleza los lleva por otros derroteros nos hacen sentir fracasados porque pensamos que no hicimos un buen trabajo en sus vidas espirituales o intelectuales, cuando nos avergüenzan con sus hechos reprochables ante los otros nos enojamos y nos sentimos inútiles, sin darnos cuenta que ellos solamente son la mitad de la moneda que el Señor nos ha pedido que le presentemos, el resto del valor lo pone Èl por su Gracia y Misericordia.
No mis queridos lectores, no podemos presentarnos ante el Señor completos. Si así fuera no necesitaríamos de la ayuda del Espíritu Santo para que nos complete con su poder transformador y lucharemos por hacerlo con nuestras fuerzas sin entender que eso nos desgasta, nos castra y nos hace sentir fracasados como los fariseos que nunca entendieron el mensaje de Jesus que vino para darles vida abundante igual que a nosotros.
El Señor sabia que nuestra naturaleza no nos permite ser perfectos y la lección la comprendemos por ese mandamiento de presentar una ofrenda apenas de medio shekel que era la moneda que se utilizaba en aquellos tiempos. Hoy no es medio shekel, hoy es medio esfuerzo, medio trabajo, medios deseos.
Y para terminar, el fracaso del joven rico fue ese: Trato de agradar al Señor totalmente con cumplir la Ley mosaica que según él era todo lo que se esperaba de él. Jesus lo confrontó con la Verdad que le faltaba algo. Èl mismo lo expresó así: “Te falta una cosa”. Y esa “cosa que le faltaba” fue precisamente lo que provocó que no alcanzara el Reino de Dios.
Ni usted, ni su esposa ni sus hijos, ni su pastor ni yo mismo podemos presentarnos completos ante la Majestad. Èl nos ama, eso es todo lo que cuenta.