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martes, abril 16, 2024

Ser luz

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Hechos 13:47 “Te he puesto como luz para los gentiles…”

Como siempre lo he dicho y escrito, la iglesia está llena de evangélicos y no de cristianos. Basta con ver como se comportan en el Templo para darnos un botón de muestra de con quienes estamos compartiendo sillas y culto.

Porque lamentablemente los pastores se han preocupado por enseñar a la gente que se congrega que dentro del Templo deben guardar ciertas normas de protocolo evangélico:

Las mujeres, cubrirse la cabeza cuando están cantando pero que se la quiten la mantilla cuando están adorando.  Que deben llegar sin maquillaje porque eso es señal de carnalidad. Que no se deben peinar porque eso no es agradable a Pedro. Que no se estén riendo porque la risa es del diablo. No deben usar zapatos de tacón porque no es signo de santidad, que deben andar en chancletas, con las uñas sucias y sin recortar.  Nada de depilarse las cejas, que las deben dejar como Dios se las ha dado y mientras más peludas más santas. Cuidado quien se esté metiendo en algún salón de belleza porque serán dejadas fuera.

Deben tener un carácter fuerte, ceños fruncidos, labios apretados, más pálidas que una papaya verde de tanto ayuno y cero oración. Que nunca deben faltar a las vigilias de cada viernes porque son las encargadas de la cocina y sin ellas no hay comida para los pastores y hombrones de la Iglesia.

Y cuidado con andar haciendo ejercicio para bajar de peso porque el Espíritu Santo es quien habita dentro de ellas y por eso deben andar gordas, desaliñadas y con el delantal puesto todo el día para demostrar que realmente son mujeres de hogar.

Los hombres: Camisas blancas, con pantalón negro todo el tiempo. Zapatos cafés con calcetines rojos para no andar con vanidades. Nada que llame la atención. Nada de dejarse la barba porque es lo primero que arde en el infierno. El pelo bien recortado, ninguna señal de gozo en la cara y deben mostrarse adustos ante los hermanos para inspirar autoridad y al mismo tiempo humildad. 

Nunca deben ser cordiales con nadie, al contrario, mientras más bravos más santos como los profetas del Antiguo Testamento.  Jamás deben tomar una escoba, eso es trabajo de plebeyos y no de reyes como ellos se autodenominan.  El pastor debe tener su trono detrás del púlpito desde donde observa a todos cuando cantan los coros y que no se le vean las rodillas a las hermanas que van de visita y no conocen las reglas.  Y si hay alguna que las está mostrando, solo él tiene el derecho de disfrutarlas.

¿De que estoy hablando? Que la iglesia ha cambiado el orden de las cosas que nos mandó el Señor.  Él nunca dijo que la Iglesia era un lugar para mostrar nuestra luz. Él nos mandó que fuéramos luz ante los incrédulos. Es por eso que fingir que somos cristianos dentro del Templo es una hipocresía llevada al máximo.  Porque la gente, después de pasar horas fingiendo algo que no se es, cuando salen a la calle y van a sus ocupaciones, se despojan de toda esa parafernalia y ya en el mundo se muestran como lo que son: actores en una obra de teatro que necesitan maquillaje evangélico para impresionar a sus autoridades.

No. No fue eso lo que nos dijo el Señor que debemos ser. Claramente nos ordenó que fuéramos luz, que fuéramos ejemplos de bondad y misericordia para con los que no creen en el Evangelio de Jesucristo. 

Porque: ¿Como creerán si no hay quien les predique? ¿Como predicarán si no fueren enviados? ¿Como creerán en Aquel a quien no han visto?  Los cristianos somos llamados para mostrar nuestro verdadero cambio fuera de la Iglesia. Ser luz en medio de las tinieblas. Mostrar las virtudes del que nos llamó de las tinieblas a su Luz admirable. Pero para lo que no lo conocen.

¿Que hubiera sucedido si Daniel no hubiera sido luz en Babilonia? Tres monarcas necesitaron de su sabiduría. ¿Que hubiera sucedido si Pablo no muestra su luz entre los paganos de Grecia?  ¿Que hubiera sucedido si Pedro no llega a la casa de Cornelio? Y, sobre todo, ¿Que hubiera sucedido si Jesus no hubiera llegado a nuestro corazón?

“Te he puesto como luz a los gentiles” es la orden del Señor. Aunque esto no les parezca bien a algunos siervos del Señor que han ignorado que nuestro trabajo es enseñar al pueblo como deben comportarse en sociedad, entre los gentiles, entre los que no creen. Es decir, predicar, como dijo Agustín, predicar y predicar, y si es necesario, usa las palabras.

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